ONCE ATAÚDES
Asistir a
exequias fúnebres es una actividad que la mayor parte de nosotros rehúye.
Algunos asisten por mero formulismo –porque es lo que se espera de acuerdo con
los cargos que ocupen en el gobierno o empresas. Yo he participado de algunos de esos y aunque
he ido como un ejercicio del deber, siempre algo conmueve. Me incomoda sentir que de algún modo estoy
asomándome al dolor ajeno, sin tener pleno derecho a ello. En otras ocasiones, el dolor me ha tocado
demasiado cerca –madre, padre, prima segunda, varios parientes. Conozco ese dolor más de lo que quisiera.
Hubo un funeral que se me quedó sin presenciar, porque por razones que no puedo
entender, la persona encargada decidió hacer los trámites en solitario, sin
avisarle ni siquiera al resto de la familia.
Era una amiga muy querida y todavía siento que algo se quedó inconcluso
–que ese cierre tan necesario en nuestra cultura se quedó a la espera.
El
miércoles asistí al servicio religioso que se celebró para quienes nunca conocí. No sabía quiénes eran, no conocía sus nombres
de antemano, pero sentí que yo tenía que estar allí. Se trataba de las once mujeres haitianas que
murieron ahogadas el mes pasado, tratando de llegar a nuestras costas en una
endeble embarcación que al parecer llevaba más de 60 pasajeros. Los relatos del naufragio resultaron tan
horribles que me detenía por momentos en la lectura, porque me resultaban
demasiado dolorosos. Según uno de los
reportajes, murieron varios niños durante la travesía y sus pequeños cuerpos
fueron lanzados al mar. No entro en más detalles, porque resulta macabro, pero
puedo imaginar el dolor de esas madres y su desesperación.
No sé si
algunas de las mujeres objeto de las honras fúnebres era una de esas
madres. Tan sólo sé que tenían que
ser madres, amigas, hijas, hermanas de
alguien que seguramente no estaba allí para darles ese último adiós y tener ese
ritual de cierre tan doloroso, pero necesario.
Conocer algunos detalles de la tragedia que les tocó vivir me motivó a
estar en esas honras fúnebres. La
situación de Haití me conmueve desde hace años; tanto así, que tras el
terremoto del 2010 viajé a Haití en dos ocasiones, con un grupo de misioneros
de una parroquia a la que no pertenezco, pero que son ejemplo de lo mejor que
hay en l@s puertorriqueñ@s.
Estar en Haití me puso de frente con un nivel
de miseria inimaginable, pero al mismo tiempo con el gozo de las cosas
sencillas y la encarnación del milagro de los panes y los peces cada vez que
nos reuníamos para compartir alimentos con los miembros de la comunidad. Conocí, además, la solidez de los lazos
familiares, la ternura de un padre haciéndole sus moñitos atados con cintas a
su pequeña hija. Pude apreciar la dignidad callada de quienes teniendo tan
poco, lucían sus mejores galas para asistir a misa y caminaban erguidos, con
una presencia que ni la más sofisticada pasarela ha visto. La lectura de varias
novelas y crónicas de una autora
haitiana, Edwidge Danticat, es testimonio de lo que yo vi.
Tal vez
por todas mis experiencias con el pueblo haitiano, sentí la necesidad de
asistir a estas honras fúnebres. La situación en Haití, si cabe imaginarlo,
está aún peor que cuando yo viajé. Ya no
sólo es la pobreza y la corrupción, sino que además, tras el asesinato de su presidente
hay pandillas que regentean las calles abusando de los residentes, robándoles lo
poco que tienen y sometiéndoles a un régimen de terror. Es muy probable que haya sido esta situación
la que llevó a estas once mujeres a tomar su decisión.
Llegué a
la Parroquia Santa Teresita poco antes de las 11 de la mañana. Al caminar hacia la entrada, en una especie
de vestíbulo pude apreciar varios de los féretros. Cuando me disponía a entrar, comenzó a sonar una
marcha, interpretada por la banda de la Congregación Mita e inició el desfile de
féretros, todos con una bandera de Haití sobre ellos.. Ya en este punto no pude
contener las lágrimas. No quise entrar a
la parroquia hasta que terminara el desfile, así que tomó un tiempo
considerable hasta que entraron todos los féretros, en una procesión solemne
hasta el altar, ante el cual fueron colocados uno al lado del otro. Busqué un lugar en los laterales, mientras
observaba a los presentes.
Varias de
las personas encargadas se ocuparon de colocar fotos de las mujeres sobre cada
uno de los féretros. Cada ataúd era
distinto –uno blanco, varios grises, algunos de tonos de marrón y uno
negro. Algunos llevaban un modesto
arreglo floral. Fue hermoso ver que
habían invitado representantes de otras denominaciones religiosas, como la
Episcopal y la Metodista, aparte de la obvia presencia de la banda de la
Congregación Mita. El dolor no conoce de
credos religiosos. Tod@s nos hermanamos
ante esta realidad.
Hubo mensajes
de distintas personas, pero de particular emoción fueron los comentarios del
líder comunitario Leonard Prophil, quien puso en contexto toda la complicada
planificación y gestiones que se hicieron para lograr la ceremonia que
eventualmente se efectuó. Las complicaciones surgieron desde el principio, cuando
un simple papel de parte del gobierno haitiano impidió que las mujeres pudieran
ser enterradas en su país. Esa denuncia
la hizo con evidente indignación. Relató
además, que logró convencer a la directora del Negociado de Ciencias Forenses
para que uno de los cuerpos, que aparentemente quedó en peor estado, no fuese
cremado porque los haitianos no creen en la cremación.
Entre los
sucesos difíciles, se evidenció una vez más la nobleza de nuestro pueblo,
presto a ayudar. Varias funerarias
aportaron diversos servicios, desde los ataúdes y la transportación en once
coches distintos. Varios embalsamadores
ofrecieron sus servicios y la conocida diseñadora de modas Carlota Alfaro, a
través de su academia, aportó las túnicas blancas que cada una de las
fallecidas llevaría en su viaje al cementerio municipal de San Juan. Estas once mujeres tuvieron un funeral digno,
como se merece cada ser humano, pero que lamentablemente no siempre es posible. Su experiencia de horror se transformó en una
experiencia hermosa.
A través
de la ceremonia la Banda interpretó varias melodías, entre ellas la danza Mis amores, de Simón Madera, la favorita
de mi papá. Aunque el objeto de la
inspiración para la letra es un amor no correspondido, no se me escapó la
connotación que parte de ella tenía para ese momento y que resonó en mi
interior;
Adiós, adiós amores,
encantos de mi vida,
la prenda más querida,
de mi vida, vida, de mi amor, amor.
Siento en el alma pesares,
que jamás podré olvidar,
tormentos a millares,
que hoy me vienen a mortificar.
El corazón se me aflige,
siento tu ausencia mi bien.
Eres el ser que más adoro…
Mañana
celebramos el Día de los Padres. Pienso
en los padres de esas once mujeres, algunos de los cuales tendrán sus corazones
afligidos; sufrirán tormentos a millares que les mortificarán y sentirán su
ausencia al recordar a esa niña – una de las once- a quien un día le hicieron
sus moñitos atados con cintas de colores.
18 de
junio de 2022