Llevo un
tiempo algo desorganizada, con ideas en la cabeza que no logran transferirse a
la pantalla. Al revisar los archivos de
mi blog, me doy cuenta que el año pasado fue el que menos volumen de escritos
muestra. No es que sea importante, ya
que yo escribo por placer, no por obligación, pero me resulta interesante
observar ese semi - abandono de una práctica que me produce mucho placer y que
suele fluir con facilidad. Pero basta de
análisis. Hoy escribo porque tengo muchas emociones hermosas acumuladas.
El mes
pasado celebré mi cumpleaños –algo que disfruto antes, durante y después de la
fecha exacta. Disfruté almuerzos,
celebraciones conjuntas con amigas que cumplían el mismo mes, mensajes que me
expresaban un cariño genuino, algunos regalos que provenían de manifestaciones
del Universo, sin que el que ofrecía el regalo supiera que en efecto lo
ofrecía, o que en efecto, es un regalo eterno.
Señalo algunos ejemplos concretos.
Hace más
de 40 años conocí a la esposa de un amigo de mi ex, que se convirtió en mi
amiga por derecho propio. Yo estaba
recién casada y poco a poco Elena y yo fuimos cimentando nuestra amistad con el
pegamento del gusto por la repostería.
Solíamos embarcarnos en provectos de hornear bizcochos o hacer
pastelillos y pasábamos horas en esa actividad, hablando de sucesos
cotidianos. Con el tiempo, la vida nos
fue llevando por distintos caminos, pero siempre el afecto permanece. Ella cumple dos días antes que yo, razón por
la cual solemos celebrar juntas el cumpleaños, usualmente en los primeros días
del mes. Este año la celebración se dio más tarde –a mediados de mes. Lo que yo no imaginaba era recibir una
tarjeta de su parte que tiene más valor que cualquier regalo.
Otro
regalo que recibí y que él ni sabía que era un regalo, fue el regalo de una
sonrisa. Este año el Instituto de
Cultura Puertorriqueña dedicó el Festival de Teatro a Luis Rafael Sánchez e
inauguró el Festival con la puesta en escena de su obra Quíntuples. Quienes me conocen saben que yo estaría allí la noche
de apertura, con la ilusión de ver a mi adorado Profesor. Y en efecto, lo vi y lo escuché. Como una adolescente que acude a ver su
artista preferido, me atreví a cruzar el espacio que nos separaba y acudí a
saludarlo.
Me temo
que Luis Rafael Sánchez dudaría de mi capacidad intelectual, porque sentía que
ante su imponente figura no podía transmitir ideas que mereciesen ser escuchadas, pero él me regaló –como
diría Luce López Baralt en su exquisita prosa –el relámpago de su sonrisa y yo añado el embrujo de su voz. Escuchar mi nombre en esa voz es un regalo en
sí mismo. Presenciar su elegante figura
en vivo y a todo color –con el amarillo de una mañana de sol tropical de su
guayabera- es un lujo.
No me
regodeo en todas las emociones vividas esa noche, porque sería redundar. Salí del teatro como si flotara y por momentos
me arrepentía de no haberle tomado una foto, pero luego me doy cuenta que
ninguna foto sería capaz de reflejar lo que yo veo en la persona de Luis Rafael
Sánchez, que va más allá de su talento y se entremezcla, como una confección
del mejor bizcocho que jamás haré, con admiración,
deslumbre y vamos, lo admito –enchule.
El mejor
regalo palpable de esta celebración lo recibí precisamente en la reunión que tuvimos
para festejar los cumpleaños de tres compañeras voluntarias de la Fundación
Luis Muñoz Marín que al igual que yo, cumplen en marzo. El evento sería en casa de otra amiga que es
un regalo en sí misma, Sary, quien siempre nos recibe con una mesa exquisita y
unas atenciones que ni una coordinadora de eventos de esas que se usan ahora
podría igualar. Una de las compañeras se
me acercó de forma discreta y me dijo que ella había leído en mi libro que yo
no tenía fotos de la niñez en las que apareciera sola con mi papá y ella, que
es pintora, quería hacer un retrato. Usó
como referencia un boceto de Papi que aparece en el libro y por supuesto, me
conoce, así que esa parte resultaba menos complicada. Contuve las lágrimas de
emoción por lo que me decía.
Ver el
retrato donde aparezco con mi Papito me produjo una mezcla de emociones. Primero, me maravilla que esta amiga de cuño
más reciente tuviese la sensibilidad de pensar que quería plasmar en un lienzo
la conexión que sintió había y hay entre mi papá y yo. Segundo, que fuese capaz de transmitir su
sentimiento y el nuestro en su obra. Le
aseguré que buscaría un lugar prominente para colocar el pequeño cuadro, que
adorna este escrito. Como la Mona Lisa, puede
parecer mucho más grande, pero contrario a mi decepción al ver esa obra en el
Louvre, la obra de Carmen Cervoni encierra para mí todas las emociones relacionadas
con las manifestaciones del amor
paternal y el de la amistad en un pequeño cuadro.
No
escribí estas reflexiones inspiradas en mi celebración de cumpleaños en el mes
de marzo, pero Dios/el Universo tiene un tiempo perfecto. Hoy mi Papito, quien es el mejor regalo que
jamás tendré, cumpliría años. Lo celebro
una vez más conectando con su energía.
Abrazo al infinito de,
Tu hija
3 de abril
de 2022
Ese regalo de Carmen es una maravilla!! Demuestra mucha sensibilidad de su parte.
ResponderEliminarTe lo mereces, amiga, porque el que da, recibe a su vez.