DE CORAZÓN
Hoy se
conmemora el natalicio de Eugenio María de Hostos, educador, escritor y
defensor de nuestra identidad puertorriqueña que ha sido proclamado “ciudadano
de América”. No hay mejor día que este
para escribir sobre el obsequio inesperado que recibí por correo estas
navidades. Es preciso hacer referencia a
quién es la persona que me hace el obsequio.
Lo conocí hace unos 17 años, en un templo muy pequeño de Unity que
ofrecía los servicios en inglés. Llegué allí
no porque buscara servicios en inglés, sino porque asistí a unos talleres de
desarrollo personal en los que conocí a unas personas asiduas de ese templo que
me invitaron a un servicio, precisamente para Pascua. En ese tiempo comenzaba a salir de lo que yo
llamo mi periodo de estar “peleada con Dios”.
La razón
para mi distanciamiento de Dios tiene que ver con la muerte de mi mamá y ese
periodo duró hasta –irónicamente- un tiempo después de la muerte de mi papá. Estaba sentada en el balcón de mi apartamento
cuando de repente sentí algo que no puedo explicar; algo como sentir que mi
papá estaba –sin estar- allí. Y me dije
a mí misma, si puedes sentir la presencia
de tu papá que ya no está, ¿cómo es que no sientes la presencia de Dios? Poco
a poco fui acercándome y Unity fue instrumental en ello, porque no me sentía
presionada. Iba allí porque quería, no
porque sintiera que si no iba sería condenada.
Tampoco sentía que nadie me recriminaba si algún domingo decidía no asistir,
del mismo modo que no siempre siento esa conexión con Dios. Sin embargo, me esfuerzo por no perderla a
través de la lectura de La Palabra
Diaria, la cual perdura hasta el día de hoy
Calculo
que cuando conocí al motivo de este escrito, ya llevaba bastante tiempo
asistiendo a Unity. El templo tenía –y no
sé si todavía existe, porque hace mucho tiempo que no voy- un área con libros,
tarjetas y otros objetos con mensajes.
En una ocasión me detuve a ver unas postales navideñas y resulta que
allí estaba su creador, el artista Carlos Sueños. Nos detuvimos a hablar un rato y allí inició
una rutina en la que yo adquiría tarjetas navideñas creadas por él, las cuales
enviaba a amistades especiales, porque estas no eran tarjetas producidas en
masa. Además, Carlos las realizaba en un
papel especial.
Fueron
varias las veces de encuentros en lugares que una no asociaría con arte, como
una cafetería operada por dominicanos en Santurce, o un restaurante de comida rápida
Subway. Era como si fueran encuentros
clandestinos para traficar en mercancía ilegal.
Yo le pagaba las tarjetas y él me entregaba su obra, en medio de unas
interminables conversaciones. En una ocasión sí nos encontramos en el Museo de
Arte de Puerto Rico, en uno de los bancos del vestíbulo, en un ambiente más
cónsono con el objeto de nuestros intercambios.
Siempre
que me encuentro con Carlos, hay conversaciones extensas, que giran en torno a
temas variados. Carlos puede hablar de
la naturaleza, de procesos químicos, de las conexiones de las neuronas
cerebrales, de los cristales en el agua, de teología, de sus experiencias en distintas galerías o
entornos del arte. Su pensamiento es en
ocasiones difícil de seguir, porque él hace unas conexiones que yo,
honestamente, no siempre veo. Su mente
parece estar todo el tiempo como acelerada y un poco su obra refleja esa
diversidad, esa manera distinta de ver el mundo. Pese a que miramos el mundo desde prismas
distintos, hay algo en su obra que alguien como yo -con una mente más lineal- percibe,
porque es reflejo de que somos una unidad de mente, cuerpo y espíritu. Y eso, mi corazón lo percibe.
A
principios de diciembre recibí un mensaje de Carlos solicitándome mi dirección
postal. Pensé que iba a enviarme alguna
promoción de alguna exhibición y hasta olvidé que no habíamos efectuado el
encuentro en clandestinaje para la entrega de las acostumbradas tarjetas. Le envié mi dirección y olvidé el asunto,
hasta que a fines de diciembre recibí la obra cuya foto engalana este escrito,
como felicitación navideña de su parte. Tengo que decir que se me saltaron las
lágrimas. Nunca pensé que un artista
como él se preocupara por enviar este regalo a alguien que salvo por la compra
anual de tarjetas y una obra que no representó un gasto sustancial, no puede
haber significado gran cosa en sus ingresos como artista. Lo llamé para agradecerle su regalo y tuvimos
otra de esas extensas conversaciones. Me
dijo que estas navidades decidió hacer estos envíos de felicitación, usando un
papel distinto. Le comenté sobre lo que
percibo como conchas de caracol en el diseño y se embarcó en otro de sus viajes
por su mundo de artista al que yo no puedo acceder por otro medio que no sea el
corazón.
En algún
momento voy a enmarcar este singular regalo, que salió, como él dice, del
corazón y así mismo yo lo recibo.
Namasté, Carlos.
11 de
enero de 2021
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