DULCE RECUERDO
En estos
días he estado un tanto nostálgica. Recientemente escribí sobre mi cafetera vieja,
lo cual me hizo evocar imágenes, sonidos, olores, texturas y sensaciones
vinculadas al proceso de colar café. Los
recuerdos comienzan en la niñez y se extienden a lo largo de mi vida. Una vez la cafetera que me acompañó por décadas
culminó su ciclo de vida, decidí retirarla al tope del gabinete de cocina,
donde coloco objetos decorativos o que rara vez uso. Cuando miré en esa dirección descubrí que la
casita de dulce no estaba. Una vez me
trepé en la escalera, pude ver que se había deslizado del borde irregular hacia
adentro y por eso no la veía. Con
tristeza, vi que el techo se había roto. Probablemente se deslizó con los
temblores de principio de año sin que yo me diese cuenta.
Con
cuidado, descendí la escalera con la casita en mis manos, teniendo la
precaución de que no se fuera a caer. La
casita es un envase de cerámica que simula las famosas construcciones de dulce
tan evocadas en los cuentos infantiles –un objeto barato, sin mucha
sofisticación, que todavía dice en el fondo Made
in Japan. El fondo muestra que se
cuarteó un poco y el techito que hace las veces de tapa evidencia que esta no
fue la primera vez que se rompió y ya había sido reparado anteriormente. Afortunadamente, tenía remedio, así que lo
volví a pegar y contemplé la casita con satisfacción. En el proceso, vinieron a mí los recuerdos.
Esa
casita fue un regalo del Día de las Madres que mi papá me acompañó a
seleccionar, No puedo recordar la tienda
– tal vez Gem o Woolworth’s, que eran las tiendas de objetos baratos. Para ese tiempo teníamos limitaciones económicas
que le pondrían trabas al presupuesto de Papi, pero yo no distinguía entre un objeto
sin abolengo hecho en Japón de un Lladró. Dicho sea de paso, nunca me han
gustado los Lladró. La casita estaba en una tablilla de cristal a mi alcance –tendría
yo unos cinco años y cuando la vi, supe que era el regalo perfecto para mi
mamá, quien solía hacer dulces que muy bien cabían en ella, como mantecaditos o
besitos de coco. Mi mamá ya no está,
pero esa casita se he quedado conmigo y encierra todo un mundo de recuerdos.
Una vez
arreglé la casita, se me pegó un antojo de hacer mantecaditos, pero tenían que
ser con la receta original, que está en el libro Cocine a gusto, el cual también se ha mudado conmigo a todos los
lugares que he vivido y está mucho más maltrecho que la casita, debido al uso
intenso. Todavía lo uso de vez en
cuando, sobre todo cuando quiero hacer una receta de nuestra rica tradición
culinaria, así que acudí a él en busca de la receta de mantecaditos. Después de todo, ellos fueron la inspiración
para comprar la casita.
Hacía años
que no hacía mantecaditos, por lo que no recordaba la receta, aunque sí el
hecho de que la versión original llevaba manteca de cerdo. Las últimas veces que la hice, la hice con
manteca vegetal, pero esta vez quería entrar de lleno en el recuerdo, así que
decidí hacerla con manteca de cerdo.
Para los tiempos en que mi mamá los preparaba, la marca de la manteca
era El cochinito y el empaque era
rectangular, de cartón, aunque había otros tamaños en otros envases. El paquete semejaba los empaques de la
mantequilla en barra y tenía un papel encerado, del cual Mami separaba la
porción que fuera a usar.
Con
tristeza comprobé que ya no existe la marca El
cochinito. Me tuve que conformar con
un tarro de manteca Goya, pero es manteca de cerdo -la mera, mera esa que es
como el anticristo para los cardiólogos y ni se diga de los vegetarianos,
veganos et al. Probablemente no
vuelva a hacer mantecaditos en buen tiempo, por lo que no creo que media taza
de manteca para toda la receta me vaya a producir un daño adicional al que ya hayan hecho las morcillas, perniles y
cuerito que he consumido en esta vida.
Para
completar la lista de ingredientes, necesitaba grageas –esas bolitas de colores
que se usan para decorar dulces y que Mami colocaba encima de los mantecaditos
como una corona de joyas preciosas. Pues
no había grageas – lo que había era azúcar con color. Me vi tentada pero no – los mantecaditos
tenían que quedar como los que hacía Mami.
Fui a otro supermercado y no encontraba las dichosas grageas, que venían
en un frasco de cristal finito. Seguí
mirando y finalmente vi que una compañía que creía española, las empaca en
sobres plásticos. La compañía no es española,
sino que fue fundada por un cubano que se estableció en la Florida, pero esa es
otra historia. El punto es que conseguí
el ingrediente que me faltaba para hacer los mantecaditos.
Esta mañana
finalmente preparé la ansiada receta, la cual probé y quedó tal y como la
recordaba. Mientras la hacía, pensaba en
todas las veces que Mami hacía postres o dulces para agradarnos a Papi y a mí,
además de vecinos y allegados. De
momento pensé que este ejercicio era un
acto amoroso que de cierto modo dulcificaba su recio carácter, que después de
todo, es lo mismo que yo hago. Mami,
entre otras formas, me expresaba su cariño a través de estas dulces creaciones,
las que tal vez endulzaban su propia vida de carencias en la niñez y posterior
enfermedad. Esas creaciones de algún
modo reciprocaban el amor que le profesaba mi papá – un amor que parecía
coronarse con los toques de algo tan sencillo como unas grageas de colores -
insignificantes para algunos, pero que para mí, coronan el dulce recuerdo que
afloró por medio de una sencilla casita de dulce.
30 de
septiembre de 2020