CIUDADANOS DEL MUNDO
Dedicado a mis profesoras de
idioma Ruth Q.E.P.D. y Glenda
Durante
esta cuarentena que entra en su tercera semana he tenido mucho tiempo para
reflexionar sobre la condición humana en general y la mía en particular. He comentado en varias ocasiones que justo
cuando debía sentirme más sola, es cuando más acompañada me he sentido, gracias
a la tecnología. Es impresionante ver la
cantidad de artistas que se han encargado de entretenernos a través de las
redes sociales y hacernos sentir que todos somos parte de la misma familia. Además de eso, siento la necesidad de llamar
amistades y familia para asegurarme de que están bien. Veo con alegría cómo la creatividad se ha
puesto en función del bien común: algunas compañías han transformado sus
operaciones regulares para hacer batas y mascarillas para suplir hospitales;
una compañía que produce ron decidió producir alcohol y desinfectante de manos;
muchos restaurantes siguen produciendo comida para que la gente pueda llevar
comida preparada a sus casas en lugar de consumirlas en el local.
Esta
actividad novedosa no se da solamente en el sector comercial – muchas personas
se ofrecen para hacer gestiones para aquéllos que están enfermos; otros ofrecen
clases de baile, de yoga, de cocina, para transmitir sus conocimientos en
beneficio de los demás. No faltan los memes ingeniosos sobre las circunstancias
de cada cual en este encierro, que nos proporciona eso que la revista Reader’s Digest llamaba el remedio infalible: la risa. De hecho, recuerdo que cuando mi papá convalecía de su cáncer terminal su
psiquiatra, especialista en estos casos, le recomendó ver programas de
comedia. Esto proporciona un balance, ya
que si bien es cierto que debemos mantenernos informados y hay noticias que nos
producen mucho coraje –casi siempre vinculadas al Presidente Trump, no es menos
cierto que la vida se compone de elementos trágicos o que provocan angustia y
otros plenos de alegría.
Una de
las actividades que más alegría me produce es viajar. He admirado paisajes en lugares tan distantes
como Japón y tan cercanos como esta nuestra preciosa isla. Aparte de mi isla, por alguna razón me he
sentido poderosamente atraída hacia Italia, que resulta ser el país que con más
frecuencia he visitado. Creo que es una combinación de la belleza natural y de
sus edificaciones; de la comida, el vino, la música, el idioma que se hace
entender y la similitud del carácter con el de los puertorriqueños. Sobre esto último, me resultó muy ilustrativa
la experiencia en un viaje a Suiza, un país que es, si se puede decir así,
demasiado bello. Todo está en su lugar
–hasta las flores parecen crecer de forma ordenada; las colinas semejan céspedes
que atiende un jardinero y podría jurar que las vacas pastan con disciplina. Ni
hablar del idioma alemán –tan gutural que un buenos días parece un regaño. Pese al disfrute del viaje, una vez cruzamos
frontera con Italia respiré aliviada –me sentía como en casa y supe que mi vida
necesita un cierto nivel de caos.
Ese
cierto nivel de caos puede encontrarse en Italia –a veces más del que necesito,
como en Roma, por ejemplo. Mi
personalidad se siente mejor en ciudades más tranquilas, como Sorrento e
incluso Venecia cuando anochece y los miles de turistas de crucero se van y sus
calles permanecen tranquilas. Para insertarme aún más en la cultura italiana,
decidí tomar un curso de italiano hace dos años. Creo firmemente que conocer otros idiomas abre
una ventana al pensamiento de otra cultura. Aprendí inglés desde muy niña y el
conocimiento de ese idioma me ha permitido conocer sutilezas del lenguaje que
escapan al conocimiento básico y puramente necesario del mundo laboral. Conocer ese idioma me ha permitido leer gran
literatura, así como poder sostener conversaciones profesionales y personales
con angloparlantes que no han podido –o no han querido- aprender otro idioma.
Cuando ingresé
a la facultad de Humanidades de la UPR decidí tomar cursos de francés como electivos con una extraordinaria profesora:
Ruth Hernández, Q.E.P.D. Ella nos transmitió el entusiasmo por esta bellísima
lengua –nos enseñó canciones y hacía énfasis en una dicción correcta. En francés, una mala pronunciación puede
significar que digamos “un peíto”, en lugar de “un poco”. En aquél momento logré bastante conocimiento
del idioma, pero al no practicarlo, lo fui olvidando. Cuando decidí viajar a
Francia, tomé un curso corto para refrescar conocimientos. El resultado evidenció el excelente trabajo
de mi profesora. Pude comunicarme en francés
todo el tiempo y contrario a la impresión que muchos tienen de los parisinos, a
mí me trataron como a una reina, porque apreciaron el esfuerzo que hacía por
comunicarme. Estoy segura que cometí
algunos errores, pero jamás dije “peíto” en francés.
Mi
intento de aprender japonés previo al viaje a Japón no corrió la misma suerte
que mis lecciones de francés. Para
empezar, ya no era tan joven. Dicen que
aprender un idioma en la juventud es mucho más fácil. Para complicar más el
asunto, la gran mayoría de los alumnos eran menores de 20 años y hasta había
una niña que sabía contar hasta 10 en japonés desde el primer día. El idioma es sumamente difícil, porque las
palabras no se parecen en nada a lo que yo conozco y la escritura es totalmente
incomprensible. A modo de ejemplo, uno,
dos, tres es ichi, ni, san. Terminé
el curso a empujones y salvo decir arigato,
sayonara y una que otra cosita, no
pude hablar japonés durante el viaje. No obstante, disfruté la experiencia
inmensamente porque estuve abierta a tener experiencias distintas, incluyendo
dormir en un futón en el piso, participar de la ceremonia del té y comer
pescado y algas en el desayuno.
Pese a mi
decepción con las lecciones de japonés, me lancé a tomar el curso básico de
italiano, pensando que resultaría más sencillo debido a que al menos puedo
reconocer algunas palabras. No me equivoqué.
Además, tuve la fortuna de tener una maestra excelente: Glenda García,
quien exhibe el mismo entusiasmo por el idioma que tenía mi profesora de francés. Con tan sólo un curso básico, pude
desenvolverme de forma aceptable en mi viaje por la región Toscana, aunque hubo
muchos momentos que mi limitado vocabulario no me permitía sostener una
conversación completa. Np obstante, los
italianos estaban sorprendidos de que yo hablara algo de su idioma,
particularmente porque andaba con un grupo de angloparlantes que no hablaban
nada de italiano. Como dice el dicho, “en
país de ciegos, el tuerto es rey”.
En estos
días de cuarentena y dada la crisis de salud generada por el coronavirus, he
estado leyendo la versión digital del periódico italiano La Republica, debido el impacto que ha tenido el virus en este país
que tanto amo. También accedo a los
vídeos que me permiten escuchar lo que está sucediendo día a día en Italia, en
su idioma. El viernes vi la transmisión
de la bendición Urbi et Orbi de Papa
Francisco desde Roma y me esforzaba por escuchar directamente sus palabras que
se confundían con la traducción simultánea al español. Más tarde, busqué el texto, para leerlo con
calma.
Yo no sé
exactamente cuál es el origen de mi identificación con Italia, que nace mucho
antes de que tomara el curso de italiano -probablemente mucho antes de mi primer viaje
allá y siguió creciendo con cada viaje,
aparte de los intercambios con mi amigo Mario, ya fallecido y mi fascinación
con Pavarotti. Se ha afianzado aún más
ahora que puedo entender –con limitaciones, por supuesto- mucho de lo que leo o
escucho. Tan sólo sé que con el curso
que tomé con Glenda se abrió una ventana al alma italiana, por la que me asomo
para comprender aún más su espíritu, que es –después de todo, el nuestro.
En estos tiempos de “distanciamiento social”,
me siento más cercana que antes a otros seres humanos en general y en
particular, a los italianos. Comprendo ahora que todos los seres humanos -no
importa el idioma ni la distancia- estamos unidos por el deseo de alcanzar la
felicidad plena de sentirnos amados, apoyados y comprendidos. El coronavirus nos ha hecho reconocer que
somos parte de un todo y está -literalmente- en nuestras manos lograr
sobrevivir como ciudadanos del mundo.
29 de
marzo de 2020