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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

viernes, 23 de junio de 2017

Varadero en la memoria






VARADERO EN LA MEMORIA

Hace poco supe de una leyenda japonesa muy hermosa, que alude al vínculo que se establece entre dos o más personas, a través de un hilo rojo que parte del dedo meñique.  La razón está vinculada a la arteria ulnar, que se supone conecta al corazón desde ese dedo. Se dice que ese hilo rojo se establece desde nacimiento, independientemente del momento en que la otra persona llegue a nuestras vidas. Soy afortunada porque estoy unida a varias personas con ese vínculo que resulta indisoluble, no empece las circunstancias. Una de esas personas es mi Tía Laura, quien abandonó el plano físico el año pasado.

Tía Laura llegó de Cuba a fines de la década del 50, porque Tío Pedro era militar –la conoció en Cuba, se casó con ella y  la trajo a Puerto Rico, momento en que ese vínculo del hilo rojo se materializó.  Hubo una conexión casi instantánea que perdura hasta hoy, dando fe de que el hilo rojo está ahí aunque no lo veamos.  Tengo gratos recuerdos de Tía Laura, que me demostró su amor desde el principio.  Llegué a quedarme en su casa en Arecibo y me  prodigaba amor a través de sus palabras, sus caricias y el sabroso arroz congrí que me expuso a la cocina cubana mucho antes de que en Puerto Rico se establecieran los restaurantes cubanos. Mi mamá y ella compartían el gusto por la buena cocina y Tía Laura le dio la receta de sus famosas panetelitas –unos cuadrados esponjosos, mojaditos, que ejercían una fascinación sobre mi papá.  Yo aprendí a hacerlas y debo decir que causan furor cada vez que las produzco ante mis amistades.

Por razones que no tengo del todo claras, aunque sospecho que están ligadas a miedos generados por la información que se difundía en torno a la revolución cubana, unido al hecho de que tal vez con el tiempo la edad fue un factor determinante, Tía Laura nunca regresó a Cuba.  Su madre y hermanos estuvieron en Puerto Rico poco tiempo y eventualmente se trasladaron al estado de la Florida.  Tampoco tengo claro el motivo de un distanciamiento que hubo con su familia.  Lo cierto es que la vida de Tía Laura estaba centrada en su familia de Puerto Rico y nosotros la veíamos tan parte nuestra como si hubiese nacido aquí.

Por mi parte, hace años que quería ir a Cuba, pero no estaba dispuesta a hacer el viaje de forma ilegal, dado el bloqueo impuesto por el gobierno pre-Obama.  Sé de muchos puertorriqueños que viajaban a Cuba vía Santo Domingo o Panamá, sin que les poncharan el pasaporte y a su regreso mentían sobre su destino final al salir.  Yo soy mala en eso de mentir, así que cuando Obama anunció la liberación en las reglas para poder viajar a Cuba, comencé a acariciar la idea de hacer el viaje.  Más tarde me dijeron que estaba muy caro; que era preferible esperar.  En eso Donald Trump pasó a ser presidente y me dije que debía apresurarme, porque probablemente se desvanecería la posibilidad de hacer el viaje.  Finalmente lo hice y regresé el miércoles pasado.

Una de las ciudades a visitar era Varadero, que está en la provincia de Matanzas, de donde es oriunda Tía Laura.  Mi primer recuerdo de haber escuchado sobre la playa de Varadero fue en respuesta a una pregunta que hice en torno a un cuadro que estaba en la sala de la casa de Tía Laura.  “Es la playa de Varadero”, me dijo.  A medida que me acercaba al lugar y le relataba a mis compañeros de viaje que tuve una tía cubana, se me quebraba la voz al decir que ella nunca había regresado a Cuba.

Cuando llegué a la playa de Varadero sentí que en parte yo estaba haciendo el viaje que Tía Laura no había podido hacer.  La imagen de la playa de Varadero se me asemejaba a la memoria del cuadro en la sala de Tía Laura. Ví el agua cristalina, con sus matices de azules y verdes que se extendía hasta donde la vista alcanzaba y me emocioné hasta las lágrimas.  Entré por un rato en el agua y luego salí y le relaté emocionada la experiencia a las compañeras de viaje.  En el camino me encontré con otra que no sabía cómo llegar y me ofrecí acompañarla, así que regresé.  Eventualmente todo el mundo se fue y me quedé sola en la playa.  Me puse de pie e intenté hacer la pose de árbol de la yoga –era un árbol virado, pero me sentía conectada con la hermosa naturaleza que se ofrecía a mis ojos.  En un momento, una gaviota blanca permaneció alineada hacia al frente de mi vista, sobre el agua y sentí que era la presencia de Tía Laura.  Permaneció un rato largo quieta frente a mi vista; se sumergió y luego desapareció.

La experiencia me sobrecogió.  Era como si los ojos de Tía Laura estuviesen viendo esa playa a través de los míos; como si ella se alegrara de que a través mío, ella finalmente viese la playa que no había vuelto a ver.  Ví tu playa, Tía Laura y es tan hermosa como imagino la percibías en tu memoria y ahora permanece en la mía.

23 de junio de 2017






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