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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 28 de diciembre de 2022

La magia de la Navidad Boricua

 






LA MAGIA DE LA NAVIDAD BORICUA

Nunca había pasado Navidad fuera de casa.  Este año recibí un mensaje de un amigo que vive en la Florida y lo sentí muy nostálgico, muy solo.  Nuestra amistad data de más de 20 años y nos hemos visitado en distintas ocasiones; el año pasado lo visité para Acción de Gracias.  Alrededor de esa fecha este año hablamos de que no hicimos planes y a los pocos días me envió una “oferta” de pasajes para pasar Navidad con él.  Me lo imaginé solito, sin familia cercana en una época tan significativa y me sobrepuse al pánico inicial de pasar Navidad en un país frío –sin lechón, sin pasteles, sin coquito, sin música Boricua y decidí que llevaría parte de la Navidad conmigo.  Me sobrepuse también a mi reticencia a volar por una línea aérea con una pésima reputación y comprobé que la supuesta ganga no era tan ganga, porque cobran extra por todo.

Le envié una lista a mi amigo para que comprara el pernil y los ingredientes que yo no pudiera llevar para preparar arroz con gandules, el majarete y el coquito.  Le pedí que consiguiera tamales guatemaltecos que sustituirían los pasteles, porque me resigné a una cena de Nochebuena sin pasteles.  Según se acercaba la fecha, contemplaba con horror que justo para la fecha de mi salida, se pronosticaban temperaturas mega frías, aun para la Florida.  Descarté llevar varios cambios de ropa, porque solo llevaría una maleta pequeña en cabina –que también me cobraron- porque la ropa abrigada ocupa más espacio.  Llevé un pilón para poder preparar el adobo del pernil y harina de arroz, porque no sabía si la conseguiría por allá.  También llevé café de Puerto Rico, para que mi amigo tuviera algo especial en las mañanas.

Uno o dos días antes del viaje pedí oración a Unity para que mi viaje tuviera los menos contratiempos posibles y ese día me preparé para el frío pelú que anticipaba, ataviada con un conjunto de corduroy que no usaba hace años, botas y bufanda.  Para mi sorpresa, el vuelo salió a tiempo y hasta llegó 20 minutos antes de lo esperado.  Mi amigo me fue a recoger y llegamos al apartamento ya listos para dormir porque eran casi las once de la noche – es decir, las 12 de la medianoche de acá.  Al otro día me levanté temprano, para hacer el café.  Miré por la ventana y divisé un paisaje gris, con unos pájaros blancos caminando al otro lado del canal que está detrás del apartamento.  Decidí buscar en Youtube un disco de Danny Rivera que siempre pongo para Navidad – Ofrenda- y puse la canción Ponle por nombre Jesús.  Se me formó un taco en la garganta y unas lagrimitas amenazaban con salir.



Me intrigaba cómo era posible que yo me sintiera tan nostálgica con sólo pasar unas horas fuera de mi islita y me preguntaba cómo se sentirían todos los puertorriqueños que pasan años fuera de casa, sintiendo en carne propia lo que dice ese poema hecho canción: Mamá Borinquen me llama; este país no es el mío; Borinquen es pura flama y aquí me muero de frío.  En ese instante, sentí dentro de mi toda esa angustia de los miles de puertorriqueños que viven lejos de su patria con tan sólo estar unas horas navideñas lejos de mi tierra adorada.  Me sacudí un poco la nostalgia y comencé a preparar el majarete, al son de las canciones de Danny.  Rebusqué en los gabinetes, pero como sospechaba, no había caldero, así que usé una olla de porcelana, rogando que no se pegara y se lo encomendé a Dios.  Quedó perfecto. 

En el proceso de rebuscar ollas, sartenes y otros implementos en una cocina ajena y para colmo, de un hombre que no cocina, me topé con unas cacerolas como las que tenía mi mamá y que yo heredé,  Al voltear una de ellas, en efecto, era marca Flint.  En ese momento sentí que me conectaba con una generación de mujeres – unas de Puerto Rico y otras de Guatemala, para quienes cocinar es una ofrenda de amor y me siento orgullosa de ser parte de esa herencia culinaria. 




Preparé el coquito y me sentía más calmada.  Mi amigo tenía que salir por varias horas a un compromiso de trabajo, así que pensé adobar el pernil, pero me faltaban los ajos, por lo que tuve que esperar a que él regresase, para comprar lo que faltaba.

Un amigo de él había quedado en tratar de conseguir los tamales pero no había señales ni de uno ni de lo otro, así que me estaba resignando a que no habría pasteles ni facsímil razonable. Salimos a comprar lo que faltaba, adobé el pernil y luego salimos a cenar sushi, porque mi amigo adora el sushi tanto como yo.  Tuvimos que esperar bastante, porque el restaurante estaba lleno, así que salimos al exterior por lo que experimentamos otra dosis del frío pelú.  La espera valió la pena.  Disfruté de variedades de sushi, de sashimi, de ostras – en fin, un banquete para alguien como yo, que adora todo lo que provenga del mar y los sabores orientales. Al otro día – Nochebuena- decidí llevarle majarete y un poco de coquito a la vecina, porque mi amigo me dijo que era puertorriqueña.  Yo no la conocía, pero esta tradición de compartir platos en Navidad está tatuada en mi alma.  Toqué a la puerta de la dulce señora, me identifiqué como la amiga Boricua de su vecino y le entregué una ración de majarete y un poco de coquito.  Me invitó a pasar, pero decliné y regresé pronto al apartamento porque estaba en pantalones cortos y el frío mordía.

Un rato después sentimos que alguien tocaba a la puerta y era la vecina, con una bolsa.  El interior contenía toda la magia de la Navidad Boricua y la magia de lo que es dar y recibir.  Allí adentro había dos yuntas de pasteles.  En ese momento, se me aguaron los ojos, la señora nos dijo que los había preparado ella misma y hasta me echó la bendición. Emocionada, le di un beso.  Lo que ella y yo habíamos hecho es precisamente la esencia del puertorriqueño: dar con alegría de lo que tenemos, sobre todo en una época como esta.  Lo hacía mi mamá, mis tías; lo hago yo y lo hacen tantas mujeres que en esta época confeccionan platos tradicionales, como muestra de afecto.  Un obsequio así vale más que cualquier objeto comprado en una tienda.

Más tarde disfrutamos de la cena Boricua en la Florida, con la temperatura afuera en los 44˚.  El pernil, que preparé en la bolsa que llevé desde Puerto Rico, quedó tierno y jugoso.  No había cuerito, pero ya era demasiado pedir.  El arroz con gandules quedó muy bueno, con sazón que llevé de Puerto Rico y pedazos de la carne del pernil.  Los pasteles,  el complemento perfecto.  El majarete de postre culminó la cena que representaba la esencia de una Navidad Boricua.  Al interior de ese apartamento en la Florida, con un frío ajeno a nuestras navidades, celebramos una Navidad que había brotado del corazón y se trasladó de nuestra islita a un estado que suele celebrar la Navidad de una forma muy distinta.

Para completar la magia, el día de Navidad recibí un regalo inesperado de mi amigo, que me sorprendió y sé que iba cargado de cariño sincero.  Más tarde, recibió un mensaje de su amigo anunciándole que había conseguido tamales, así que ese sería nuestro desayuno del día siguiente.  El círculo estaba completado.  Tuvimos pasteles y también tamales.  Cuando los fuimos a buscar, decidí llevarle algo de majarete al amigo que gestionó que tuviéramos los tamales, para continuar con la tradición.  Él nos dijo que su cuñado era puertorriqueño, por lo que se pondría muy contento.

Mi visita se aproximaba a su fin. Cenamos en un lugar tailandés y regresamos temprano, porque al otro día debía estar en el aeropuerto a las 6 am, por lo que a las 5 am fuimos a desayunar a un diner tradicional americano, lo cual me hizo recordar una serie norteamericana de los años 80 que se desarrollaba en un diner. Llegué al aeropuerto a la hora requerida y nuevamente para mi sorpresa, el vuelo salió a tiempo.  Tenía que hacer una conexión y ese vuelo se retrasó dos horas.  Ya de vuelta en casa, veo las noticias de los vuelos cancelados, de las terribles nevadas y hasta muertes a causa del clima y me doy cuenta de cuán bendecida he sido durante este viaje.  Mi oración fue contestada.  Llevé conmigo la Navidad Boricua a la Florida y la tendré siempre en mi corazón, no importa dónde vaya.

Muchas felicidades a tod@s en esta época mágica.

28 de diciembre de 2022

viernes, 9 de diciembre de 2022

El sello

 



PÓNGALE EL SELLO

Una de las cosas que más me molestaba mientras estuve empleada, era el silencio que recibía a muchas de mis comunicaciones.  Llamadas que no me contestaban, memorandos que requerían algún tipo de acción, o conversaciones que quedaban inconclusas.  Me ocurría también a nivel personal, con varios casos del llamado ghosting tras una cita que parecía haber sido exitosa, pero que luego se convertía en un acto de desaparición que me dejaba perpleja.  En el caso de estas últimas, salvo un ego magullado, no había mayor trascendencia, ya que se trataba de una relación efímera en la que no había obligación alguna entre las partes.  En el ámbito laboral, sin embargo, un(a) servidor o servidora públic@ tiene un deber de desempeñarse de forma respetuosa y atender con diligencia los asuntos ante su consideración.  No estoy familiarizada con el mundo de los negocios, pero presumo que existen unos códigos – escritos o no- de cómo conducirse.

Hace unos años me encontré con un amigo de mi papá y hablamos de un amigo mutuo que estaba muy enfermo. Le comenté que yo había ido a verlo al hospital y él me dijo que no podía verlo, porque no soportaba verle en tan mal estado.  Me fui triste, pensando en cómo se sentiría el enfermo a quien su amigo no fue a visitar.  Evidentemente, mi interlocutor no sabía cómo manejar sus emociones y por ello, decidió no visitar a aquél que quizás tenía una gran necesidad de recibir la visita de un amigo en lo que tal vez, como en efecto lo fue, serían sus últimos días.  El incidente me hizo reflexionar sobre las razones que tenemos los seres humanos para evadir situaciones incómodas.

En el ámbito laboral me di cuenta que en la mayoría de los casos, mis memorandos o llamadas permanecían sin contestar porque quien debía responderme había fallado y en lugar de actuar para corregir la situación, optaba por callar y hacer como si nada estuviera pasando, lo cual, obviamente, complicaba más el asunto.  Cuando el asunto afectaba mi oficina, seguía escribiendo aunque el silencio imperara no ya para obtener respuesta, sino para el récord.  El nivel de frustración que experimenté contribuyó grandemente a mi decisión de retirarme, pese a que todavía pude haber aportado varios años más.  En otras ocasiones, el silencio obedecía a que la persona que recibía el memorando no sabía qué rayos hacer, por lo que no hacía nada, así que el resultado era el mismo -el asunto permanecía sin resolverse.

Para aquéll@s que piensan que la empresa privada funciona mejor que el gobierno, una experiencia reciente demuestra que este mal que afecta la comunicación habita en todos lados.  Hace tres semanas le escribí a la sección de mensajes de la página de Facebook del arroz Sello Rojo, porque tras tres intentos de preparar el arroz me di por vencida, ya que siempre quedaba duro.  Hacía años que no lo compraba, pero recuerdo aquéllos anuncios de las aventuras del Granito Sello Rojo y la Habichuelita Colorá. Tenían un jingle pegajoso que terminaba con la frase fijése bien que sea Sello Rojo. Guiada un poco por la nostalgia y otro poco por la posibilidad de que algunos paquetes de arroz se escaparon del proceso de control de calidad, les escribí para alertarles de la situación.  Es de notar que el empaque dice claramente “Hecho en Puerto Rico”, cosa que es parcialmente cierta, ya que el arroz no se cultiva aquí, sino que llega no sé en qué forma y sufre no sé qué procesos aquí, que lo cualifican para que pueda exhibir ese sello.  De hecho, el empaque dice claramente: Origen:India.  No tengo ningún problema de que el producto venga de la India y que aquí se le hagan modificaciones.

Me enviaron un mensaje de esos automáticos, indicando que se comunicarían conmigo.  Al otro día, me enviaron un mensaje en el que me pedían mi teléfono, foto del empaque y lugar de residencia, lo cual envié.  A los tres días me indicaron que habían referido la información a Servicio al cliente y que pronto se comunicarían conmigo. De eso han pasado más de dos semanas.  Parece que la definición de “pronto” de ellos es distinta a la mía.  No espero que me respondan de inmediato, pero dos semanas es algo excesivo para un asunto sencillo: un arroz que no se cocina bien.  ¿Es un cargamento que se dañó? ¿Es que tienen un suplidor nuevo?  Y si toma tiempo investigar ¿no pueden decir que están investigando y que me dejarán saber?

Ahí no queda todo.  Al ver que no me contestaban, escribí a Hecho en Puerto Rico, que según la página web es una asociación cuya misión es proteger y promover la manufactura y los servicios hechos y ofrecidos por empresas cuya base de operación es en Puerto Rico. Les escribí  el 1ro de diciembre a través de mensaje e indiqué que me preocupaba que una marca de arroz que exhibe el sello de Hecho en Puerto Rico  tuviese un producto de calidad inferior, lo cual afecta la imagen de nuestros productos, solicitando se investigara. Me contestaron que enviara un correo electrónico, o llamara a un número, lo cual me parecía sin sentido, ya que les incluí toda la información, pero envié el correo electrónico hace tres días.  No llamé porque no quiero que me pasen de teléfono en teléfono a ver quién me atiende.

Me doy por vencida.  He tratado de darle oportunidad a la empresa de que expliquen por qué el arroz no se ablanda.  Puede ser un cargamento que salió dañado o que se trata de un nuevo suplidor.  Yo qué sé.  Lo que sé es que parece no importarle que el nombre de su producto quede en entredicho.  Si alguien no responde a sus cuestionamientos póngale el sello que no sabe cómo abordar el asunto o sabe que no actuó como se supone y prefiere darle largas al asunto.  Y aquí no se trata solo del arroz.  Se trata de todo un sistema que no sabe cómo afrontar las crisis que se pretenden ignorar.  Ahí están los alcaldes de Ponce y Cayey, protagonistas del último episodio de reputaciones manchadas.

Mi mayor activo es mi nombre.  Tuve un extraordinario ser humano como padre y cuido mucho que no se asocie con algo incorrecto y si cometo errores, busco la manera de enmendarlos.  Lamentablemente, en los últimos tiempos hay una tendencia a  tratar de barrer los problemas debajo de la alfombra y se olvida que tarde o temprano toda acción tiene consecuencias.  Con respecto al arroz, me aseguraré de no comprar Sello Rojo.  En cuanto a los alcaldes, vivo en San Juan, así que tengo otros issues con qué bregar, pero en términos políticos, hace tiempo que el pueblo perdió la confianza en la clase política en general y peor aún, como yo con el arroz, se dio por vencido.

9 de diciembre de 2022