Datos personales

Mi foto
Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

lunes, 31 de octubre de 2022

Guardar


GUARDAR

Contaba en mi escrito anterior sobre la muerte de mi nevera y un poco sobre las peripecias para adquirir una nueva.  De paso mencionaba la odisea de lidiar con la estufita de gas, el rescate del contenido que pude salvar de la nevera anterior y la magia de re-interpretar platos con los ingredientes que tuviese a la mano.  Los pensamientos en torno al próximo escrito estaban archivados y poco a poco añadía más elementos.  El encuentro con un simple cacharrito de goma inspiró el título de este escrito.  Lo trasladé de la difunta a la nueva y sofisticada nevera.  No sé si se habrá ofendido al recibir este objeto sin caché, pero cabe señalar que ese envase es aún más antiguo que la nevera anterior.

El cacharrito en cuestión era de mi mamá y lo usaba para lo mismo que yo – guardar los ajos.  Toparme con este objeto me hizo pensar en la costumbre que tenemos much@s de mi generación y de generaciones anteriores de tener montones de envases de plástico para guardar cosas.  Ejercicio ese que a veces se torna frustrante cuando un duende que habita en los gabinetes de cocina nos esconde las tapas. A veces son comprados específicamente para ese propósito y a veces son reciclajes de envases de mantequilla – bueno, margarina, o de comidas chinas que hemos comprado ya hechas.  Pienso que esto evolucionó de cuando lo que sobraba de la comida se guardaba en envases de cristal, en los tiempos en que uno regalaba algún plato preparado en casa para algún(a) vecin@ y sabíamos que lo iba a devolver.  O tal vez no sobraba mucho y no había nada que compartir…

Recuerdo cuando en mi casa Mami llegó a recibir vecinas para una demostración de Tupperware.  Dudo mucho que eso todavía se haga.  Todavía guardo una cucharita de plástico, con mango largo, reliquia de esos tiempos.  El asunto es que  much@s  guardamos objetos y se nos hace difícil desprendernos de ellos, porque nos traen recuerdos.  Algun@s –menos- guardamos comidas para recalentar o re-interpretar, práctica que me fue muy útil tras el paso de la tormenta/huracán Fiona.  Yo luché para rescatar parte del contenido de la nevera anterior, porque me resisto a botar comida.  Esto me sirvió para confeccionar varios alimentos en la estufita de gas a la que tuve que recurrir por la falta de energía que le debemos al binomio Fiona/LUMA.



Guardar los huevos del país que tanto protegí, así como las papas, la cebolla, el tomate, queso parmesano y harina de maíz me permitió, en primer lugar, preparar una tortilla española y en segundo lugar, una polenta con salsa de huevos, queso y salsa hecha en casa.  En el caso de este último plato me arrepentí por el tiempo que tardó la polenta en estar lista, lo cual me obligó a estar mucho tiempo de pie frente a la temida estufita, revolviendo la mezcla constantemente para que no se empelotara.  Pero valió la pena –quedó riquísima.



En cuanto a la estufita, el temor que me causa es en primer lugar, debido al fuego.  Una amiga me había regalado un encendedor que anunciaban antes como Magi-clic, pero no lo presionaba lo suficiente, así que deduje estaba defectuoso. Eso me hizo recurrir de nuevo a los fósforos, a los que le temo; por eso se me parten o se gastan antes de que logre encender -con manos temblorosas y muerta del miedo-  la estufita que es al mismo tiempo mi salvación y fuente de terror.  Cuando finalmente se enciende, lo hace de una manera súbita, con una llama alta que se anuncia con un pavoroso ¡fum! 


Lo único que me hace enfrentarme a esta fuente de terror es el anticipo a los alimentos que logre preparar, que sé serán más saludables apetitosos y económicos que los que pueda salir a comprar.  Si hoy, que es día de Halloween alguien me quisiera asustar, se podría disfrazar de estufita de gas o de dentista- a cual de los dos me cause más pavor.

Transcurridos unos días después de Fiona, anunciaron la venta de unas cajitas con productos de las cosechas que se lograron salvar tras el paso de la susodicha y por supuesto, acudí a comprar la mía, porque ayudar a nuestr@s agricultor@s es un deber.  Cuando compro una de esas cajitas me siento como una participante de Master Chef: recibo una caja con contenido sorpresa, que me obliga a usar la imaginación interpretando platos con lo que haya.  Esta tenía plátanos –verdes y maduros, berenjenas, ajicitos dulces, yuca –una de mis favoritas, pimientos -rojos y verdes y piña.  Esta última la regalé porque no soy fanática de esa fruta.  Con todo lo demás, hice platos que quedaron deliciosos.

La luz regresó y alquilé una nevera en lo que escogía una digna de sustituir a la campeona. Con los plátanos verdes de la cajita hice el primer paso de los tostones y los congelé.  El más grande estaba tan hermoso (la foto no le hace honor) que le di un beso, como testimonio de mi admiración.

Con ese hermoso plátano transformado en crujientes tostones preparé un plato que pudiera servir sobre ellos, usando un atún en conserva que me enviaron mis amigos del estado de Washington, preparados por Brandy y su mamá.  Este no es un atún cualquiera, así que lo guardé para servirlo sobre unos tostones hechos con un plátano especial, sobreviviente de Fiona.  Sofreí cebolla y ajo del que había guardado, lo mezclé con el atún, vino blanco, tomate y perejil del que había también guardado y lo coloqué sobre mis preciados tostones. Sublime.

Con las berenjenas, hice una re-interpretación de un plato siciliano: caponata, inspirada en nuestra berenjena con bacalao, que esta vez sustituí con atún y complementé con ajicitos y pimientos de la cajita.  Lo serví acompañado con la yuca que también provino de la cajita mágica.  Tengo que decir que son las mejores berenjenas y trozos de yuca que he probado en mi vida. Es como si todo el sabor de nuestra tierra se hubiera concentrado es esos dos productos. Me sobró un poco de la caponata y de la yuca, así que se me ocurrió preparar unos pequeños moldes consistentes en una cama de trozos de yuca cubiertos con la mezcla de las exquisitas berenjenas y lo serví como aperitivo para una cena italiana que prepararía para unos amigos.  Quedó de show.

Mi nevera nueva tiene en su interior parte de mi pasado – el cacharrito modesto que usaba mi mamá donde como ella, guardo los ajos y que sirve de introducción a este escrito.  Recibió el cajón que traía la otra nevera para guardar los huevos, porque debo decir que la veterana de 30 años tenía caché; no era cualquier nevera.



En el congelador recibe los remanentes de comidas que guardo para ocasiones futuras, como crema de leche dividida en porciones, pero más importante, los tostones y amarillos que provienen de los sobrevivientes de Fiona y que serán disfrutados con el honor que merecen.



Yo guardo como parte de una tradición de generaciones de mujeres que se enfrentaron a tiempos de escasez -mi mamá, mis tías y las que vinieron antes que ellas.  Al contemplar el cacharrito de goma viene a mi mente la promoción de un banco que ya no existe y en el que nunca deposité porque no tenía edad para abrir una cuenta. El estribillo decía: Hay que guardar, eso conviene; el que guarda en el Crédito siempre tiene. Tener el congelador abastecido me hace sentir como una ardillita que guarda para cuando no haya.  Vivo ahora inmersa en la cultura del descarte, donde se desecha sin contemplaciones lo que esté pasado de moda, deslucido o requiera una reparación menor.  Honro mi pasado con lo que conservo de él y preservo con gozo los alimentos que pueda transformar luego para agradar a mis seres queridos o a mí misma.  Hay que guardar, eso conviene…

31 de octubre de 2022

















 

jueves, 13 de octubre de 2022

LECCIONES

 





LECCIONES DE MI NEVERA

Escribo a tres semanas y media de Fiona, que nació tormenta y se convirtió en huracán mientras pasaba por Puerto Rico.  Antes que todo, quiero dejar establecido que soy consciente que la pérdida de mi nevera es insignificante comparada con las pérdidas que han sufrido miles de puertorriqueñ@s que residen en el suroeste, algunos de los cuales al día de hoy, no tienen servicio eléctrico.  Much@s perdieron no digo yo la nevera y su contenido, sino su casa, sus muebles, su ropa, sus recuerdos y peor que todo, el sentido de seguridad que da una casa. La respuesta del gobierno, particularmente el servicio de energía eléctrica a través de la nefasta LUMA, es evidencia de que quedaron muchas lecciones sin aprender tras el paso del huracán María.  Afortunadamente, este pueblo demuestra una vez más su lado solidario y hace, porque le nace del corazón, hacer lo que otr@s con la responsabilidad de responder a la desgracia no hacen.  Dicho esto, paso al relato de mi nevera.

La compra del refrigerador se dio hace 30 años, cuando me mudé al apartamento que significa mucho para mí –pero esa es otra historia. La compré con el congelador abajo, porque me parece mucho más eficiente –lo que usamos todos los días está en la parte del refrigerador, no del congelador.  Me fastidia eso de tenerme que ñangotar a buscar una cebolla, un pimiento o un tomate.  Aparte de eso, soy bajita y estar buscando cosas en la parte de atrás del congelador me resulta dificultoso. Ya había tenido excelente experiencia con un modelo similar, así que adquirí una equivalente.  Esa nevera resultó ser una campeona.  No recuerdo que se hubiera dañado.  Cuando el huracán María estuve un mes con once días sin luz.  Cuando regresó la luz, la conecté y estuvo como tres días que no enfriaba, sino que el contenido se sentía fresco, pero no frío.  Al tercer día, tomé un vaso de agua y estaba ¡frío! y el congelador funcionando normalmente. ¡Resucitó!



Ya para el tiempo de María la nevera se veía fea, con moho y las gomas de las puertas cuarteadas. Yo pensaba que ya no habría piezas y pospuse la alternativa de darle una pinturita o cubrirla con papel de contacto.  Sabía que muy probablemente le quedaba poca vida útil, pero me resistía a cambiarla.  Por más fea que estuviera, funcionaba perfectamente y además, ¿cómo iba a descartar a esta veterana de tantos años, que resistió valerosamente los huelemil apagones y sobrevivió a María?  Además, las neveras de hoy en día no duran lo que duraban las de antes.  De hecho, nada dura como antes –ni los teléfonos, ni los carros, ni las estufas, ni los equipos de sonido y vamos –ni los maridos.

El día de la tormenta que luego fue huracán estuve con servicio eléctrico hasta la una de la tarde, cosa que me sorprendió porque aquí se va la luz por vacilar y hubo gente sin servicio desde el día anterior. Luego supe que a esa hora se le fue la luz a prácticamente todo el mundo.  A los dos días, tuve que sacar las cosas de la nevera, salvar lo que pude en una neverita de foam –por fortuna conseguí hielo- y botar todo lo que quedó inservible.  Ahí descubrí cuántas cosas había acumulado porque no se dañaban, pero que en realidad no usaba –siropes, galletas desabridas, licores que no me gustaban.  Y en el congelador ni se diga: cortezas de pan para preparar un budín que nunca hice, pedazos de lechón y morcilla de la Navidad anterior.  Lamenté perder el pedazo de morcilla –todavía se veía bien; los pedazos de lechón no –esos se veían momificados.  Lamenté también perder unas tres alcapurrias que quedaban de un regalo que me hizo un amigo y un salmón ahumado que no me pude comer.



En la neverita de foam guardé queso y media docena de huevos del país, una cebolla, un tomate,  un vinito blanco, un queso parmesano, mantequilla sin sal, leche, agua fría y unos limones.  Con estos ingredientes y otros que resistían estar fuera de la nevera, me preparaba alimentos en la estufita de gas que será objeto de otro escrito.  Salvar los huevos del país era casi un deber -¿cómo iba a dejar perder algo que representa tanto sacrificio para ese sector de nuestra industria?  No fue fácil proteger esos huevos, que por cierto eran extra grandes.  Cada vez que iba a buscar algo en la neverita, tenía que apartar los huevos con cuidado, para que no se fueran a romper.

Tras remover todo el contenido de la nevera, le di una buena limpieza y de nuevo, me maravillaba contemplando lo práctica y cómoda que resultaba.  La luz regresó a los tres días – es decir, cinco días después de la tormenta/huracán.  Procedí a conectar la nevera y a prenderla.  Parpadeó, hizo un ruido como de motor tratando de encender, luego una pequeña explosión y humo gris que salía.  ¡Noooo! exclamé mientras me apresuré  a desconectarla.  Contemplé con tristeza la nevera que tan fielmente me sirvió por 30 años.  El momento que temía había llegado.  Me tocaba aceptar que había llegado a su fin.  Debido a que hoy en día casi ningún establecimiento se lleva lo que se va a descartar, tuve que coordinar con otra persona para que se llevara la difunta.  Ese día la contemplé con tristeza y coloqué en su interior una tarjeta que había tenido en el exterior, que se refiere al proceso de soltar.  Sí, es un objeto, pero esa nevera se había encargado de tener en su interior los alimentos y bebidas que disfruté en 30 años -sola, o en compañía de seres queridos.  Fueron muchas las veces que descubrí en su interior alimentos que re-interpreté en busca de otras formas de prepararlos.

Tras el deceso de la nevera tenía que iniciar la búsqueda de una nueva, tarea que no resultó sencilla. En primer lugar, yo quería una casi igual –con congelador de puerta –no de gaveta- abajo.  También tenía que caber en el espacio que ocupaba la difunta, porque estaba rodeada por un mueble.  Inicié la búsqueda al día siguiente del zopetazo.  El único modelo que cumplía con todos mis requisitos de tamaño, localización del congelador, que fuera de puerta y blanca, era uno deslucido, con interiores que se veían bien tri-li-lí y menos espaciosa que la difunta.  Fui a tres lugares más y ya me estaba convenciendo de que lo que yo quería no existía, así que tendría que ajustar mi pensamiento –algo así como el cambio de ruta que hace Google Maps cuando me paso de alguna entrada.  Casi podía sentir el sonidito en mi cabeza –bu-lu-lup. Ya eran como las 2:30 de la tarde y regresé a casa a comer, porque mi cerebro no funciona a capacidad cuando tengo hambre –es algo así como el anuncio de Snickers –no eres tú cuando tienes hambre.  Se me ocurrió que podía alquilar una nevera mientras conseguía la que quería, porque evidentemente la búsqueda se prolongaría.

Después de almorzar, fui al lugar que alquilan neveras y alquilé una –cualquiera- el asunto era resolver.  Era un sábado y estaban a punto de cerrar el establecimiento, así que la entrega quedó para el lunes o martes.  Ese fin de semana se fue la luz varias veces, pero ya no tenía nevera, así que no me tenía que preocupar mucho. Afortunadamente, entregaron la alquilada el lunes.  Procedí a meter las poquitas cosas que tenía y una vez más me reafirmé en que la nevera con congelador abajo tiene todo el sentido del mundo.  Proseguí la búsqueda esa semana y revisaba por internet los posibles modelos, con las evaluaciones de los compradores.  Tanta información me abrumaba. Una semana después fui con una amiga a tres sitios más.  Vi una que se aproximaba a lo que yo quería, aunque era de gaveta y en acero inoxidable.

La vendedora resultó muy amable y me buscó alternativas.  En el proceso, hasta bromeamos con algo que yo no escuché bien cuando pregunté para qué servía una gaveta finita en la parte de abajo del refrigerador.  Ella dijo algo como que era para los cold cuts, pero por alguna razón yo entendí algo que ni remotamente era lo que ella había dicho y comencé a reírme, por lo ridículo que resultaba.  Se lo dije a mi amiga y ella también se rió.  Cuando le pregunté a la vendedora, ella me dijo lo que había dicho y yo, muerta de la risa, le dije que yo había entendido que era para guardar ¡los testículos!  Nunca me había reído tanto frente a una nevera.  Me imagino que la gente alrededor se preguntaría qué podía haber de gracioso en un refrigerador.

Al día siguiente, miércoles, fui a otro lugar y ya ahí tomé la decisión de que compraría la nevera que tanto me había hecho reír, no por eso, sino porque ya había entendido que seguir buscando no tenía sentido.  Llamé a la vendedora y me identifiqué como Ana, la da la gavetita y ella me recordó de inmediato.  Fui a la tienda, le di una nueva mirada a la nevera y la compré.  Me indicaron que podría tardar unos días, pero finalmente me la entregaron el sábado pasado.  Una vez la colocaron en su lugar le entregué un protector de voltaje a uno de los chicos que la subió, porque me daba pánico conectarla.  Total, hay gente que se les ha fastidiado la nevera con todo y protector.  No vi el librito de instrucciones y el chico que la trajo buscó en varias gavetas.  Adivinen en cuál estaba.  Cada vez que abro esa gaveta me sonrío.



Después de colocar las cosas en el interior, puse algunos de los imanes con mensajitos por el lado, porque me parecía que ponerlos al frente deslucía el exterior estilizado del nuevo modelo. La foto del periódico de la niña de Haití, recordatorio de los muchos que mueren de hambre allí no cabía de lado.  Confieso que contemplé descartarla, pero no pude.  Esa foto en la nevera me recuerda que mientras yo como todos los días, hay much@s que no pueden.  Allí está la foto, para que no se me olvide y procure contribuir de algún modo para que otr@s puedan alimentarse.  Doy gracias por las lecciones recibidas de una nevera que duró 30 años.







Todo este proceso me ha brindado varias lecciones, de las que resalto:

*     Nada dura para siempre; disfrutemos mientras podemos

*     La desesperación no ayuda cuando tenemos que resolver un problema; el hambre tampoco

*     Nuestra situación no es la peor; siempre hay quienes sufren más

*     No hay que descartar objetos útiles de inmediato, tan sólo porque estén feos o pasados de moda

*     Siempre hay alternativas, aunque de momento no las veamos

*     Soltar es necesario, para hacer espacio para lo nuevo

*     Nunca debemos olvidar a los que sufren

*     Hay que hacer espacio para la risa, en medio de procesos desagradables

Ojalá siempre tengan comida en su mesa, para disfrutar en buena compañía

13 de octubre 2022