ME OPONGO
En torno al nombramiento del Juez Kavanaugh
Creo que
casi todo el mundo ha incurrido en conductas que no son las más ejemplares,
particularmente durante la época de estudiante.
Mi papá, que era un hombre extraordinario, hablaba de haber bebido
muchísimo durante sus años de estudio en el Colegio de Mayagüez, algo que
muchos –antes y ahora, admiten. ¡Hasta había una parodia del himno colegial que
aludía a que “el tufo” –es decir, la peste a alcohol del Alma mater colegial- llegaría hasta la torre de la Universidad y la
tumbaría! Pese a esto, nunca escuché a
mi papá referirse a las mujeres de manera inapropiada. Hay hombres que aunque se proyecten como “hombres
de familia”, dejan escapar comentarios que reflejan que en el fondo son
machistas y se gozan en rebajar a las mujeres. Ese no era el caso de mi papá.
En mi
caso, no bebí durante mi época de estudiante, pero sí después. Admito que ha habido momentos – como cuatro
en mi vida- en que me he excedido en demasía, particularmente cuando estoy en
casa con amistades y no es algo de lo que me sienta orgullosa. Tan pronto ocurre un episodio de esos, me
arrepiento y estoy varias semanas sin beber, hasta que retorno al consumo
moderado de vino para acompañar algunas comidas.
Me
arrepiento de pocas cosas en mi vida, pero una que recuerdo de mi época de
estudiante en escuela superior es haberme unido al grupo que se burlaba de una
compañera de estudios obesa. Pienso que
tal vez lo hacía para sentirme aceptada en el grupo, ya que al usar espejuelos
no era exactamente una chica que se consideraba atractiva bajo el estándar
riguroso de los adolescentes y de algunos hombres adultos también, que exhiben
conductas de adolescente aunque tengan 50 años.
El recuerdo de mi participación en esa actividad me llena de vergüenza y
quisiera -si tuviese la oportunidad- pedirle a la que ahora será una mujer, me
perdone.
Las
vistas de confirmación ante el senado federal del juez Brett Kavanaugh como
posible integrante del Tribunal Supremo han sacado a relucir fantasmas del
pasado de este hombre que dicen mucho de quien en verdad es. Una mujer ha hecho
declaraciones muy valientes en torno a que en su época de estudiante, el juez
Kavanaugh la atacó durante una fiesta en que varios jóvenes que participaron
estaban ebrios y ella temió ser violada en el forcejeo que se suscitó. Afortunadamente logró escapar. De inmediato saltaron voces a cuestionar la
veracidad de esta acusación, particularmente porque dudaban que si los hechos
ocurrieron, ella no hubiese hecho la denuncia.
Esto pone de manifiesto algo que sucede en casos de agresión y
hostigamiento sexual.
Muchas
mujeres no hacen la denuncia porque precisamente, se convierten en foco de
cuestionamiento. ¿Por qué fue a la
fiesta o al apartamento; por qué usó la ropa que usó; por qué bebió? Y otra lindeza que ha salido, tristemente de
boca de una mujer ¿pero cuál es el problema, si todas nosotras hemos sido
toqueteadas (“groped”) en algún momento de nuestras vidas? En otras palabras, las mujeres, tratadas como
objetos, tenemos que aceptar que en algún momento un hombre nos toque sin
nuestro consentimiento. Pues no.
Quise ver
la comparecencia del juez Kavanaugh y quedé horrorizada ante su
comportamiento. Puedo entender que
niegue con vehemencia las acusaciones.
Obviamente se trata de un caso de he
says/she says. Es decir, las
versiones son totalmente contradictorias y no mucha gente quiere meterse en
este lío a testificar. Presumiendo que
fuese falso lo que la doctora Blasey Ford alega –que no creo que lo sea-, puede
esperarse una defensa férrea del juez Kavanaugh, ya que nadie querría que se
hagan unas acusaciones en su contra tan serias como esta, particularmente si no
es cierto. Lo que resultó sorprendente
fue la actitud destemplada del juez.
Pasaba las páginas de su ponencia con coraje; hacía gestos extraños con
la boca y atribuía todo esta investigación a la que llamó circo a un alegado complot de los demócratas, en la que
participaban los senadores a cargo de su confirmación. Pero donde botó la bola fue cuando una
senadora, en tono pausado y de forma comedida le preguntó si habiendo bebido
había “borrado cinta” alguna vez. Él le
ripostó, sin responder a la pregunta: “y usted, ha borrado cinta?” Yo quedé horrorizada. Este es el comportamiento de un hombre ante
el comité que lo evalúa para uno de los más altos cargo de la esfera judicial.
Existe un
entendido de que los jueces deben exhibir lo que se conoce como temperamento
judicial, que se refiere a mantener una actitud ecuánime, libre de toda
parcialidad o prejuicio. Pues todo eso
se fue por la borda en esa comparecencia, independientemente de las alegaciones
de la Dra. Blasey Ford. De paso, el
debate ha abierto la herida que llevan miles de mujeres que sienten que lo que
dicen no tiene validez ante lo que diga un hombre y que si les hacen comentarios
sexistas o sexuales -o peor aún, las toquetean- lo deben tolerar, porque
después de todo, boys will be boys.
Yo me
opongo a la designación del juez Kavanaugh como miembro del Tribunal Supremo. Me opongo a los comentarios sexistas y
machistas, ya bien provengan de hombres o mujeres. Me opongo a que se sigan aceptando conductas
violatorias de la dignidad humana, bajo el palio de que son conductas propias
de los adolescentes o cuando dejan de serlo, que se les justifique como bromas.
Me opongo a que se pongan trabas a que se eduque sobre lo que constituye la
igualdad de derechos para ambos géneros.
Me opongo a que se hagan nombramientos por pura consideración
partidista, sin tener en cuenta las cualificaciones o carácter de los
designados. Me opongo a mantener
silencio ante la flagrante violación a la dignidad humana que representa para
las mujeres todo este proceso. Si el
juez Kavanaugh no es confirmado, habrá esperanza.
1 de
octubre de 2018
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