Texto incluido en la exhibición de fotos de GFR Media en Plaza las Américas
LÁGRIMAS MARIANAS
Ayer me
decidí a visitar la exposición de fotografías de El Nuevo Día con el tema del huracán María. La conmemoración del
primer aniversario me ha revolcado -como a tantos puertorriqueños- las
emociones que tenemos guardadas y que a la menor provocación, salen a flote.
Debido a que estoy suscrita al periódico, había visto la mayor parte de las fotos. No obstante, el hecho de tenerlas tan cerca en
formato agrandado y rodeadas de muchas otras, así como recursos audiovisuales,
le añadió una dimensión más humana a la experiencia. No se trataba de un ejercicio morboso de
presenciar desgracias ajenas, sino de sentir a cierto nivel el dolor humano y
ponerme en contacto con el recuerdo de lo vivido.
Todos en
Puerto Rico, en mayor o menor grado, hemos sufrido por la experiencia de María.
Hemos sentido el miedo de perder nuestros hogares o de sufrir daños físicos.
Otros, tristemente, perdieron mucho: techo, trabajo, salud y en al menos 2,975 casos,
hasta la vida. Todavía estamos sufriendo los efectos de una respuesta
ineficiente del gobierno local y federal, así como las explicaciones que no se
sostienen y la indignación que produce el ninguneo con el que nos desprecia ese
que ha tenido la osadía de llegar a la presidencia de E.U. con el respaldo de
un número tan grande de personas que asusta.
El
sufrimiento no se ha limitado a nuestro archipiélago. Los puertorriqueños que
viven mayormente en E.U. vivieron días de angustia, al poder ver las imágenes
que nosotros no podíamos ver de los estragos que causó María, debido al apagón
masivo que nos tuvo sumidos en la obscuridad por meses. Fueron muchas las veces que lloré al escuchar
por radio los ruegos de familiares dispersos por Florida, Nueva York, Texas y
otros estados, preguntando, rogando que alguien le dijera si su mamá, su hijo o
su hermano estaban bien. Del lado de acá, los que lograban comunicarse
y ni siquiera sabían si el mensaje se recibiría, pedían que informaran que
estaban bien, para que sus familiares pudieran tener algo de tranquilidad.
Entre las
fotos en la exposición había textos con relatos. Hubo uno que me estremeció por ser un
testimonio del tesón de nuestro pueblo y su deseo de salir adelante a pesar de
la magnitud de la pérdida. Es además,
testimonio del apego que le tenemos a esta tierra, al proclamar que “el amor de
nosotros está aquí”. Y eso es cierto aún para los que han tenido que partir –su
amor sigue estando aquí. Allí, en la sala de exhibición de esas fotos que nos
han permitido palpar el dolor, dejé mis lágrimas marianas, que sé no serán las
últimas.
Al
regresar a casa me detuve en el correo y recibí un paquete que había olvidado y
que me sorprendió por lo rápido de su entrega.
Hace unos días vi un reportaje de dos mujeres que se dieron a la tarea
de inventar una novedosa empresa. Con los toldos que afortunadamente ya se
descartaron porque las familias repararon sus techos, estas mujeres han fabricado
unos bolsos, que logran varios propósitos.
El primero es reciclar el material, de forma tal que no se siga
contaminando el ambiente. Al transformar
el material, se le da un uso práctico -el bolso puede usarse para cargar
objetos. Parte de las ganancias serán
destinadas a aportar a proyectos que ayuden a la reconstrucción de comunidades.
Cada
bolso trae una tarjeta que indica de dónde proviene el material. El bolso que yo compré fue parte del toldo
que cobijó a una familia de Toa Baja.
Eso me hace sentir conectada de alguna manera a aquellos que perdieron
infinitamente más que lo que perdí yo y me ayuda a mantenerme consciente del
deber que tenemos de ayudar a los que menos tienen. Sí, he llorado muchas lágrimas marianas y sé
que lloraré más, pero siento una necesidad de contribuir de algún modo a
aliviar el sufrimiento de tantos y hacer las denuncias que sean necesarias,
ante actos que resultan vergonzosos ante la enorme pérdida de tantos de
nuestros hermanos. Cada quien ayuda de
la manera que puede, pero se hace imperativo hacer algo por aliviar el dolor
ajeno. Llorar nos limpia el alma; ayudar le añade alegría.
27 de
septiembre de 2018