JUGANDO CON
CARRITOS
El incidente
reciente del ex secretario de Justicia Guillermo Somoza, en el que se le detuvo
por ir a exceso de velocidad en su auto Porsche -en aparente regateo con un Mercedes Benz por la
avenida Baldorioty según relata la prensa- me hizo considerar varios aspectos. Evidentemente, el hecho de que se trate de
una figura prominente, con el realce de que se trata de vehículos de lujo, le añade
elementos la mar de interesantes, así como el hecho de que Somoza estaba acompañado
por su hijo menor de edad. Aunque soy
abogada, no domino los aspectos de derecho criminal, por no decir que sé muy
poco, por lo que no quise opinar mucho y esperar a que se hiciera la determinación de causa.
Ya se
determinó que no hay causa para juicio, tras la comparecencia de Somoza con una
batería de no uno ni dos abogados, sino seis –media docena de abogados. Del otro lado, creo que dos agentes de la
policía, sin la compañía de un fiscal.
Es fácil ver cómo la balanza de la justicia no se ve muy balanceada que
digamos. Yo no estaba allí, así que no
puedo conocer qué fue lo que se discutió o no, pero ciertamente deja un
espantoso sabor.
Ese
espantoso sabor queda realzado al recordar otro arresto reciente –el de Arturo
Massol, directivo de Casa Pueblo, una entidad dedicada a la conservación
ambiental y el desarrollo de sistemas alternos de energía. Este hombre fue arrestado en su destartalado Jeep sin marbete, tras administrarle una
prueba de alcohol que supuestamente arrojó niveles más allá de los permitidos
por ley. El alega que no consumió
alcohol y el dueño de la pizzería donde compartía con su hija lo corrobora. Yo tampoco estaba allí, pero hay algo en este
hombre dedicado a servir al país sin las grandes compensaciones que debió
recibir Somoza, que me hace creer su versión.
Tendrá que enfrentar juicio, al cual espero vaya con por lo menos un
abogado que valga por seis.
De ser
cierto lo que se le imputa a Somoza y que si no se lleva el caso en alzada,
nunca sabremos, hay varios aspectos preocupantes. Lo primero es el hecho de que condujera a
exceso de velocidad – se estima unas 90 millas, en compañía de su hijo menor de
edad. Primer mal ejemplo. Si en efecto iba regateando, doble mal
ejemplo. Lo segundo preocupante es la impresión que se proyecta de que si usted
estudió en el Colegio Marista, ocupó uno de los cargos más altos en el gobierno
del mismo partido que el actual, posee suficiente dinero como para andar en un
Porsche y tiene suficientes influencias como para comparecer asistido por media
docena de abogados, usted podrá zafarse de un caso que pintaba tan mal.
En Puerto
Rico se da con frecuencia esto de las carreras clandestinas, pero no creo que
sea tan común que ocurran en carros como estos.
Creo -como cree la mayor parte de la gente- que otro hubiese sido el
resultado si el regateo fuese entre dos residentes de un residencial en dos toyotitas. El problema estriba en que no todo el mundo
tiene el mismo acceso a la justicia. ¿Recuerdan
el caso de O.J. Simpson? Comparecer al tribunal puede ser muy costoso, particularmente
si ha de examinarse evidencia que requiere el uso de peritos, como debe haber
sido en este caso.
Somoza
tiene, como todo ciudadano, el derecho a una buena defensa y si puede pagar la
mejor, o tiene suficientes amigos abogados criminalistas, más mejor. Cualquiera de nosotros está expuesto a que se nos acuse
de algo que no es cierto y quisiéramos tener la mejor representación legal,
seamos o no culpables. Lo que llama la
atención de este caso es que todo apunta a que en efecto, Somoza estaba, por lo
menos, conduciendo a exceso de velocidad en compañía de un menor y en el peor de
los casos, regateando. El olfato del pueblo nos dice que logró
salirse con la suya, mientras que a Arturo Massol se le trata distinto. El mensaje, que no es descabellado, es que si
usted anda en un Porsche -o Mercedes, BMW, etc., le va a ir mejor que si anda
en un Jeep destartalado y ni hablar
de si se le considera un revoltoso, por andar defendiendo el ambiente.
Puedo dar
fe de las muchas veces que se me miraba con extrañeza cuando llegaba a un valet parking en mi mazdita viejo. En una
ocasión, el encargado, pensando que había entrado por equivocación al carril de
ese servicio, me dijo señora, tiene que
mover el carro, esto es para valet parking, a lo que respondí para su
sorpresa, con actitud y mi mejor cara de Tía Judith que era cívica: pues… Ya
no tengo el mazdita, pero que conste
que tiene más alma que un Porsche, aunque no creo que me den mucho mejor trato
en el Accent que tengo ahora. Hay una actitud generalizada de que la gente con
autos caros y ropa de diseñador merece más respeto que los demás.
Para
complicar aún más la cosa, los policías se
ven ante situaciones incómodas cuando los ocupantes de estos autos delinquen,
porque piensan que serán objeto de represalias.
Imagino cómo se sentirán los policías involucrados en la querella de
Somoza –desanimados, frustrados y desilusionados de un sistema de justicia que
los abandonó, independientemente de si lo que se le imputaba a Somoza era
cierto o no.
Lo otro
que me parece muy interesante en este caso es que pone de manifiesto una
conducta infantil que caracteriza particularmente a los hombres. Hay una fascinación automovilística que
parece no haber superado la etapa de jugar con carritos. Podemos verla en las luces de tránsito, donde
algunos dueños de esos autos con fama de alcanzar grandes velocidades aceleran
el carro detenido – vruumm-vruumm,
mientras miran el de al lado, como retándolo a ver quién arranca primero. Algunos arrancan chillando gomas y sienten gran satisfacción al ver que lograron robar
unos segundos en el arranque. Y ni que
decir de la obsesión, en ocasiones a costa de sacrificar necesidades básicas,
de engancharle cuanta ñoñereta hay al carro, que total, va a
hacer la misma función que hacen los demás –llevarnos y traernos.
Si todo
lo que se le imputa a Somoza es cierto, tiene un caso grave de regresión. Ya no está para jugar con carritos, sobre todo
cuando ese juego pone en peligro su vida y la de otros. Espero esta experiencia
le sirva de lección y tenga una de esas conversaciones con su hijo en la que le
dice, haz lo que te digo, no lo que hago.
Arturo Massol no tiene que tener esa conversación con su hija. Lo que va a ser difícil es que mantenga la
confianza en las instituciones que se supone están ahí para garantizar
justicia.
8 de
septiembre de 2018
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