Hoy
apareció publicada en la versión impresa de El
Nuevo Día, la columna de Luis Rafael Sánchez que apareció ayer en la
versión digital y que compartí en la página de Facebook. Ver de nuevo su foto y releer sus palabras me
llevó a retroceder en el tiempo y buscar un escrito mío del 2005, el que
redacté previo a unos sucesos terriblemente dolorosos ocurridos más tarde. Mi Buddy dice que a la menor provocación,
escribo sobre Luis Rafael Sánchez y es cierto.
Ello, porque su presencia está atada a recuerdos de mis años de
estudiante; por el indiscutible talento que tiene; porque es una figura
imponente, que no pasa desapercibida y porque pese a que lo veo raras veces, su
fugaz presencia en mi vida ha dejado una hermosa marca indeleble que proclamo
con orgullo, algo así como un tatuaje en el alma.
Luego del
escrito del 2005, me encontré con él en persona 10 años más tarde y tuvimos un
breve intercambio que significó mucho para mí.
Ese encuentro motivó una reflexión que titulé Encuentros fugaces, tomando prestado el título del mural de Susana
Espinosa en la estación de Hato Rey del Tren Urbano. Comparto mi escrito de enero de 2005, porque como la columna
de hoy sobre Mundi, la columna sobre Mafalda revela un lado tierno de Luis
Rafael Sánchez que me hace sentirlo más cercano. Y aguardo, con ilusión, al próximo encuentro
fugaz.
26 de
agosto de 2018
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¡AMO A LUIS RAFAEL!
El miércoles pasado apareció publicada una columna de
Luis Rafael Sánchez que por poco me pierdo.
No había leído el periódico temprano y en la tarde, al llegar a casa, lo
ojeé por encima sin entusiasmo, porque un periódico en la tarde es como una
fritura recalentada. Cuando casi me
disponía a tirarlo a la basura me topé
con la columna de Luis Rafael. Me
acomodé en la silla, dispuesta a darme un banquete con la lectura de estas
líneas escritas por alguien a quien admiro profundamente. De hecho, dos días antes había terminado de
leer su último libro, una recopilación de varios artículos suyos publicados a
través de los años.
Por alguna razón, la figura de Luis Rafael Sánchez ha
estado repitiéndose para mí en estos días.
Mi prima segunda, quien reside en Barcelona y estaba de visita estas
Navidades, me contó que ella había tomado una clase con Luis Rafael
Sánchez. Es curioso, porque es un dato
totalmente desconocido para mí y entre ella y yo hay más de 15 años de
diferencia en edad. En esos días había
comprado el libro -no recuerdo si antes o después, pero sé que terminé de
leerlo antes de que apareciera la columna.
El descubrimiento del libro, muy sugestivamente titulado Devórame
otra vez y ahora esta columna, me hicieron rememorar los días en que yo
conocí a Luis Rafael Sánchez. Lo ví por
primera vez en mi clase de Español 101, la cual tomaba en el salón del Edificio
Pedreira que queda al extremo final, como si fuera a la derecha de la Torre, si
uno se sitúa de frente a ésta. Por
supuesto, estoy hablando de La Torre de la UPR, mi Alma Máter. Allí escuchaba yo a Luis Rafael Sánchez
embelesada, impresionada con su presencia, su dominio del lenguaje y la calidad
envolvente de su voz, que era como una caricia sonora de una voz evidentemente
masculina que proyectaba fuerza, pasión y gozo.
Para el tiempo que tomaba mis clases de segundo año en
Humanidades estaba recién casada y no había asomo de la crisis que vendría
muchos años después y que nada tuvo que ver con Luis Rafael Sánchez (qué pena),
así que toda esta contemplación era enteramente platónica. Recuerdo que me sentaba en la primera fila y
no me perdía ni una sola palabra. No
hablaba con nadie, así que el profesor parecía tener una idea de que yo era
algo así como un ratón de biblioteca (que no era el caso). Un día nos encontramos de forma casual en la
Librería La Tertulia. Yo andaba con una
amiga, creo que era Leticia y tan pronto lo vi empecé a hablar corridito y más
de la cuenta, producto de los nervios que me producía encontrarme con el
Profesor en un lugar inesperado, aunque no extraño -después de todo se trataba
de una librería. Al escucharme, me dijo:
“Señorita Olivencia (siempre me decía señorita aunque yo estaba casada pero
creo que él no lo sabía y yo no lo corregía), ¡pero qué parlanchina es
usted!” Claro, ahí me entró esta risa
nerviosa, producto de la conducta irracional que provocaba y todavía provoca en
mí este hombre.
Los recuerdos de Luis Rafael en clase fluctuaban desde
momentos explosivos, gozosos o de puro miedo.
En una ocasión, cuando yo no me había preparado para la lección de ese
día, comenzó a preguntar sobre una lectura y ninguno de los estudiantes había
leído. Cuando me preguntó a mí y le respondí que no había leído, me dijo:
¡Que usted tampoco ha leído! Me
sentí empequeñecer poco a poco en la butaca.
Nos echó a todos del salón y nos dijo que no regresáramos si no íbamos
preparados. Salí casi arrastrándome de
la vergüenza y la desilusión. Pero estos
momentos eran escasos y la más de las veces, era un gozo estar en su clase,
escuchar su voz y su risa estruendosa, con su boca abierta y mostrando su
hermosa sonrisa. A veces había tensión
al contestar sus preguntas, porque él enfatizaba que había que expresarse
correctamente. Un compañero cometió el
delito de empezar a hablar diciendo “o sea” y el Profesor lo fustigó diciendo
“¡o sea, o sea, pero si no ha dicho nada! - ¿cómo puede comenzar una oración
con o sea?”
Para muchos estudiantes, Luis Rafael era casi un ogro y
para otros era casi un dios. Yo estaba
entre las últimas. Cuando por alguna
razón no había clase, yo me sentía triste, como si me faltara algo. Después del
episodio del bochorno colectivo me ocupaba de prepararme para la clase, al
punto de que un día, cuando tomé un segundo curso con él y no pude prepararme,
antes de entrar el salón le pregunté si me permitía entrar sin haber leído, a
lo cual accedió. Este segundo curso fue
“Literatura Hispanoamericana” y lo tomé en un salón tipo anfiteatro que queda
hacia la parte de lo que fue hace muchos años, aún previo a mi ingreso a la
UPR, Estudios Generales y hasta hace poco, no sé si todavía, allí se imparten
cursos de teatro. Tengo un vago recuerdo
de que al finalizar este curso se hizo como un pequeño festejo y yo llevé un
postre que hace años que no hago, que es
una especie de “coffee cake”, el cual en medio de mi adoración me
aseguré que el Profesor probara. Pienso
que hay algo de erótico en ofrecerle a un hombre que nos gusta algo que hemos
preparado nosotras mismas, aunque en aquel tiempo ni pensaba algo así.
De esta clase, guardé dos libretas de examen, las cuales
aún conservo. En una de ellas, aparece
una “A”, lo cual evidentemente es motivo de gran orgullo -es una “A” según
otorgada por nada más ni nada menos que Luis Rafael Sánchez. En la otra, aparece una “B+”, que de hecho,
no recuerdo bien si fue “B-”y yo fui a hablar con él sobre esto y se produjo el
leve cambio, pero no importa. El punto
es que hay una nota de su puño y letra que resulta ser más significativa que la
“A”. La nota dice: “Su trabajo debió
(sic) ser mejor pues usted tiene el talento para ello”. Aunque en aquel momento me sentí
decepcionada, hoy me doy cuenta de que esta “B” con su nota tiene mucho más
valor, porque representa un reconocimiento a mi talento. Depende exclusivamente de mí, no del
evaluador, si lo voy a utilizar al máximo.
Pasaron varios años antes de volverme a encontrar con el
Profesor. Una vez nos encontramos en el
aeropuerto cuando yo acudí a buscar al que era mi esposo y se lo presenté. En otra ocasión nos encontramos en el Viejo
San Juan y a mi ex no le hizo gracia la cara de evidente adoración que yo puse
cuando lo vi. Pasaron muchos más años y
muchas más experiencias, incluyendo el divorcio, antes de que nos volviésemos a
ver. Estaba yo en Broadway. Había comprado unos boletos por teléfono para
el teatro, desde Puerto Rico. Como yo
tengo problemas con las direcciones (aún aquí), decidí ir a recoger los boletos
temprano, para saber cuán distante estaba el teatro, no fuera a ser que me
perdiera sin el boleto de entrada. Al
salir del teatro, lo vi y lo llamé -¡Profesor!
Me saludó muy cariñoso y comenzamos a caminar por Broadway. Yo estaba fascinada. ¡Caminar por Broadway con Luis Rafael
Sánchez! Al despedirnos, me dijo que
había sido muy agradable compartir durante el trayecto. Regresé al hotel emocionadísima, como una
adolescente, a pesar de que calculo yo tendría unos 37 años en ese
entonces. Algunos 10 años después, me lo
encontré en Border’s y fue exactamente la misma emoción -risa nerviosa y todo.
El artículo del pasado miércoles se titula ¡Amo a
Mafalda! En él Luis Rafael Sánchez hace
gala nuevamente de su dominio del lenguaje.
Dominio que yo he visto no sólo en sus libros -En cuerpo de camisa,
O casi el alma, y Quíntuples, entre mis favoritos, aparte de los
artículos y ahora el de Devórame otra vez, el cual adquiere una
nueva dimensión, sino también en su expresión oral, la cual he tenido el
privilegio de disfrutar. Pero más allá
de la suprema habilidad que sabemos posee, este artículo se me revela tierno,
como que acerca más a mí a esta figura casi mítica que es para mí Luis Rafael
Sánchez. Dice en una parte del artículo,
refiriéndose a los dones de Mafalda: “Y porque considero la inteligencia el
afrodisíaco cumbre”. Me identifico
plenamente con esta aseveración, pues para mí, una mente privilegiada atrae más
que cualquier otro don y en más de una ocasión me he sentido poderosamente
atraída a hombres brillantes. Y si
tienen una voz hermosa es como para caer desfallecida.
Luis Rafael expresa en este artículo todas las razones
por las cuales ama a Mafalda, entre éstas “porque en su contorno infantil
escasean las hadas aéreas y los príncipes azules, pero abundan otras fantasías
más increíbles, como la fantasía suprema en que consiste la justicia
humana”. Esto casi me dejó sin
aire. Pero el coup de graçe, está
casi al final dónde expresa que “la llevaría a la playa de Acapulco a acariciar
las estrellitas con sus manitas”.
Suspiro.
Amo a Luis Rafael, porque tras más de 30 años de haberlo
conocido, aún me hace suspirar con el afrodisíaco de su talentosa inteligencia, su hermosa voz y me
hace desear que me lleve a la playa de Acapulco a acariciar estrellitas con mis
manitas, mientras como Mafalda, aún conservo la fantasía suprema de la justicia
humana.
21 de enero de 2005