SE PERDIÓ
Mi papá
decía que el sentido común es el menos común de los sentidos. Doy fe que hace tiempo, mucho antes de María, se ha perdido el sentido común a nivel colectivo. No entro a discutir esto en particular,
porque no es lo que motiva este escrito, que es un suceso que me hizo confirmar
que hay otro sentido perdido por ahí – el sentido del ridículo. Desde hace días se ha estado anunciando la
apertura de una tienda en Plaza las Américas, lo cual ha creado gran
expectativa entre sus seguidores. Tanta
afición hay a esta tienda que muchas mujeres se denominan a sí mismas como marshaleras o marshalianas. No tengo nada
en contra de la tienda; de hecho, he visitado otras sucursales en algunas
ocasiones.
Comprar
ropa en esa tienda me agobia, porque debo pasar por decenas de percheros,
buscando algo que me atraiga, que esté disponible en mi talla petite y que no esté roto, manchado,
descosido o tantas veces manoseado que se vea como algo adquirido en segundas
manos. Solía comprar zapatos, pero casi
no traen mi tamaño (5) y cuando los hay, son en colores como shocking pink o verde chatrés – la palabra es chartreuse,
pero todos decimos chatrés. Dicho sea de paso, ese me parece un color
espantoso –le queda bien al .005% de la población.
En cuanto
a los artículos de decoración, no suelo cambiar la decoración. Los muebles, cuadros y piezas de cerámica o
tallas hechas por artesanos que tengo me dan un sentido de pertenencia, de que
los objetos que me acompañan tienen una historia. No están ahí meramente porque se ven bonitos,
sino porque su presencia me recuerda el talento de nuestros artistas o la
experiencia que tuve al adquirirlos. No
sé, no siento lo mismo con comprar un cachivache que está en un anaquel,
rodeado de otros cachivaches sin alma.
Lo que sí
me encanta de la famosa tienda son los artículos de cocina –utensilios para
facilitar el batido o manejo de los alimentos, pastas con formas y colores
interesantes, aceites que provienen de Italia o Grecia y por lo tanto, me
recuerdan mis viajes – los paisajes, la comida auténtica, con sus aromas y
colores. Mi última compra fue un botellón de aceite de oliva extra virgen
procedente de Italia. Cuando hago platos
italianos, ese es el que uso. Pero eso
sí, no se cayó el mundo cuando la tienda a la que suelo ir fue arrasada por María. Si no puedo comprar el aceite más fino, uso
otro que compro en el supermercado.
Ninguno de mis comensales va a notar la diferencia.
Parece que
a mucha gente sí se le cayó parte de su mundo cuando no pudieron visitar su
tienda favorita, lo cual ocasionó que ayer acudieran en masa a la inauguración
de la nueva tienda en Plaza las Américas.
Según reseña El Nuevo Día hoy
y vi en el noticiario de ayer, había gente haciendo fila desde las 5 de la
madrugada, esperando a que abriesen la tienda.
No perdamos de perspectiva que a las 5 de la madrugada está haciendo un
frío pelú y una ventolera que para yo afrontarlos tendría que ocurrir algo de
verdadera envergadura. Ahí no queda la
cosa. Dice el periódico que una de las
entrevistadas manifestó que “yo no me voy de aquí, pero si Marshalls se fuera
de Puerto Rico, no sé”. Difícil de
creer, pero así está –busquen la página portada de la sección de negocios.
Es ahí
que me di cuenta que se ha perdido el sentido del ridículo. ¿No será que hay un
virus en forma de malvavisco – es decir, marshmallow que ha invadido el cerebro de una parte de la población y le
elimina el sentido del ridículo? Espero
encuentren la vacuna pronto.
23 de
febrero de 2018