OTRO CUMPLEAÑOS ESPECIAL
Como he dicho muchas veces, yo
misma me canto y me lloro. No es que sea antisocial, pero tengo claro lo que me
gusta y lo que no, que puede variar según la ocasión y mi nivel de tolerancia
en días específicos. Desde hace años decidí
que puedo regalarme yo misma viajes o estadías, las cuales decido si comparto o no.
Mis amistades no siempre tienen los mismos gustos que yo, así que ya he
celebrado tres cumpleaños sola, cosa que para mucha gente es impensable, pero
para mí, es una opción cuando quiero apartarme del mundanal ruido y dedicarme
tiempo a mí misma – me levanto y acuesto a la hora que quiero, como lo que me
place -que puede ser desde unas empanadillas de marisco hasta mimosas con
salmón y decido si quiero salir a explorar o simplemente dedicarme a contemplar
el mar tendida en un chaise lounge sin que nadie me reproche que por qué
no salgo. Claro está, he celebrado con
amistades mi cumpleaños y todavía me quedan unas cuantas celebraciones, pero
estas del mismo día han sido especiales de una manera distinta.
Este año pensé volver a Rincón como
el año pasado, pero decidí ir al Copamarina en Guánica, lugar al que en un
momento planifiqué ir con una amiga, pero que se canceló debido a los
terremotos que afectaron el sur y cuyas consecuencias aún sufren los residentes
del área. Mi cumpleaños cayó lunes, que
es un día dificilito para celebrar, porque muchos lugares no abren ese
día. Decidí viajar domingo, para tener
todo el lunes para disfrutar en el hotel.
De regreso el martes, tenía una invitación a almorzar en Salinas. Para el lunes, día de mi cumpleaños, pensé
cenar en el restaurante fancy del hotel y tener una cena especial de
celebración. Era el plan perfecto.
El domingo salí un poco más tarde
de lo esperado – a eso de la una de la tarde.
Por suerte, no encontré nada de tráfico ¡y no me perdí! El día estaba precioso, el hotel lucía muy
lindo y la habitación muy cómoda y con vista al mar. Bajé a tomarme un café con algún
bizcocho. Aproveché para preguntarle a
la chica del restaurante más informal si allí podía hacer la reservación para
Alexandra, que es como se llama el fancy.
Fue a preguntar y regresó para decirme que el restaurante no abría
lunes y tampoco domingo, pero que podía ser el martes, cosa que no era posible,
ya que ese día me iba. ¡Mi plan se desintegraba! Me senté a tomar el café con un brownie
caliente que estaba riquísimo y luego me dediqué a dar un paseo por las
inmediaciones del hotel, leer un poco y buscar alternativas para mi celebración
de cumpleaños, que tendría que ser almuerzo en lugar de cena, porque la
carretera que conduce al hotel no tiene alumbrado y el trayecto hacia algún
lugar fuera del hotel debe ser como boca de lobo en la noche.
Encontré un lugar que parecía ser
aceptable, así que al día siguiente indagaría un poco en el hotel. Para esa noche, cenaría en el restaurante más
informal -Las Palmas. Cuando llegué
había bastante gente y decliné sentarme en una mesa donde había como 6 personas
y niños. Escogí una mesa más al borde,
desde donde se apreciaba el mar.
Lamentablemente, tenía una mesa al lado con una mujer en los 50, dos
mujeres más jóvenes y una niña como de 3 años y medio, que fue la que mejor se
comportó. Por alguna razón, la mujer
mayor sentía la necesidad de hablar muy alto, con el teléfono en altavoz. La niña se fue a caminar y ella le gritaba
desde la mesa. Las más jóvenes hablaban
de sus asuntos con sus respectivas ex parejas, con un lenguaje que digamos era
florido si pensamos en las flores más feítas.
Mientras tanto, yo esperaba por mi copa de Chardonnay que se demoraba
horrores. Seleccioné para cenar unos
camarones en salsa de vino y mantequilla, con arroz al cilantro y zanahoria, a
un costo de $28, que es un poco alto, pero no inusual para un hotel.
La copa de vino llegó y el plato se
tardó otro montón de tiempo. Cuando
llegó, quedé impactada por la cantidad -no era lo mucho, era lo poquito. Eran 5 camarones tamaño normal en una salsa ralita,
con una montañita, bueno, lomita de arroz coronado con ralladura de
zanahoria. Lo probé y estaba muy bueno y
caliente, así que en ese sentido no tenía queja. Cuando llegó el mozo a preguntar le dije que
me sorprendió la cantidad en el plato minimalista, que estaba muy bueno, pero
que no tenía complejidad alguna. Vamos,
la salsa era una básica, sin ingredientes adicionales que la añadieran
sustancia y el arroz era lo que se anunció -arroz al cilantro – no big deal,
aparte de lo mucho que demoró. Me dijo
que lo informaría. Al rato vino el
gerente y le dije lo que ya le había informado al mozo, y añadí que el plato no
era complejo -yo cocino, le dije. Es
decir, yo sé de esto y el plato no amerita ni en cantidad, complejidad ni
originalidad lo que cobraban por él. Se
disculpó y me dijo que en consideración a lo expresado me harían un
descuento. En efecto, lo hicieron y debo
decir que al menos fui escuchada y manejaron el asunto de una forma muy
profesional.
Regresé a la habitación para ver un
poco de tv o leer. La habitación era de
esas que conectan con otras y podía oír las voces de unos 3 jóvenes y el
televisor de la otra habitación. Pasó el
tiempo y el ruido interfería con escuchar el televisor de mi habitación,
por lo que tuve que subir el volumen.
Como a las 11pm toqué en la puerta que conectaba y les pedí de favor que
bajaran el volumen. Por un momento lo
hicieron, pero el ruido de la conversación no me permitía dormir. Como media hora más tarde se callaron, pero ya
en ese punto estaba completamente desvelada.
Confieso que pensé hubiese sido mejor ir a Rincón, pero me repetía que
tenía que hacer un shift en mi pensamiento y concentrarme en que el día
siguiente era una nueva oportunidad.
El otro día, el de mi cumpleaños, amaneció glorioso. Me dirigí a desayunar al mismo restaurante de la noche anterior, junto a mis compañeras de viaje, que habían estado conmigo en Rincón -Estrellita y Perli, estrellas de mar y un nuevo integrante, Coquisito, que resultaba ideal porque el símbolo del hotel es un coquí taíno.
Unos changos imprudentes
revoloteaban alrededor y me mantuve vigilante, no fuese que se llevaran a
Coquisito en volandas. La mesera,
Briana, fue muy amable y me trajo una especie de abanico pequeño con aspas
largas que colocó en la mesa para mantenerlos un poco a raya. Ordené una tortilla
de vegetales con unas papitas y pan integral que estaban excelentes -y buena porción. Otro empleado, que lamentablemente no supe su
nombre, me preguntó cómo estaba todo y se detuvo a hablar un rato conmigo. Observé, además, cómo trataba a otros
comensales, con mucha amabilidad y reflejaba un verdadero gozo de atender bien
a las personas. Hmm, esto promete;
parece que los planetas se alinean para que disfrute mi cumpleaños.
Antes de regresar a la habitación,
me detuve en la recepción para explorar si me podía cambiar de habitación. Seguro que sí, me dijo muy amable la
chica. Le relaté lo que me había
ocurrido y me dio la llave de la otra habitación. Decidí verla primero, antes de mover las
cosas, por si acaso no me gustaba la alternativa. En el trayecto, me crucé con una de las
empleadas de mantenimiento y le pregunté si podía llegar a esa habitación por
esa ruta y me dijo que sí e incluso se ofreció a acompañarme. Por el camino le conté
lo sucedido y me dijo que las personas que estaban en la habitación del lado se
iban ese día y que no habría otras, así que desistí de mudarme. Llamé a recepción para decir que ya no me iba
a mover, pero me informaron que se iban los que estaban, pero vendrían otros y
claro, una no sabe si los otros iban a hacer ruido. No obstante, al ratito me llamaron para decir
que habían decidido poner a los que llegaban en otra habitación, así que no
tendría nadie al lado, por lo que decidí no mudarme. El maletero, de nombre Richard, subió a
buscar la llave y fue muy amable.
Bajé a buscar un lugar donde sentarme a leer contemplando el mar y primero me detuve a buscar una toalla de playa. Charlé un rato con la chica que me atendió, Dygnalis, a quien le mostré a Coquisito y se fascinó con él. Le mostré el sellito que le había colocado la artesana, por si quería ordenar uno y le tomó una foto. Apoyar a los artesanos es algo en lo que creo firmemente, por lo que divulgar su trabajo es parte de los pequeños gestos que puedo hacer para lograr que más personas compren sus trabajos. Salí contenta con mis compañeros dentro de mi cartera y luego los colocaría junto a mí en el reclinable. A lo lejos se divisaba un velero.
El mar estaba en calma, el cielo
azulísimo y estaba disfrutando plenamente de un cumpleaños en el paraíso. Veía
también una plataforma cubierta a la que luego me subí un rato a contemplar el
mar desde otro ángulo. Tras un rato frente al mar, quise darme un chapuzón en
la piscina y luego volver a tenderme un rato a la sombra. Hay gente que tiene
que tomar un avión y dejar atrás un frío pelú y yo, en dos horas puedo
disfrutar a mis anchas.
Regresé a la habitación y me topé
con unos globos, que deduje los habían enviado del hotel. Me pareció un bonito gesto. Me bañé y vestí para ir al restaurante que
estaba situado en el área del malecón, que ya había visto en internet y Richard me dijo que los clientes le habían dicho que se comía muy bien. Le había contado de mi cena la noche anterior
y se rió muchísimo cuando le dije que por poco me comía los rabitos de los
camarones. Esperaba tener mejor suerte
en el restaurante del malecón. El área
se veía poco concurrida y me desorienté en el camino para llegar al
restaurante. Di una vuelta y quedé hacia
la entrada, pero antes observé un carro que no se movía. Se me activó la paranoia que vivimos y me
hice toda una película de que el conductor se bajaría junto a otros, listos
para asaltarme y quitarme al carro.
Estuve unos minutos sentada observando y salí pendiente a toda el
área. Del restaurante salió un joven con
un paquete que supongo era “el almuerzo para llevar”, se montó en el auto y se
fueron. Me reí para mis adentros -así
vivimos -entre el gozo y el susto.
Al entrar al restaurante me topé
con un área de barra con música de salsa. Hmmm.
Crucé al área del salón y había más salsa -distinta, pero salsa al fin,
que no es mi ritmo preferido. Me senté y
un joven me trajo el menú. Se veía bien
y pedí filete de chillo con mofongo de yuca.
Me percaté que tenía música de salsa en dos tiempos-podía escucharse la
del salón y al mismo tiempo la de la barra y no era la misma. Para colmo, se podían escuchar anuncios entre
las canciones. Le pregunté al mozo si se
podía cambiar y me dijo que le podía bajar el volumen. Respiro profundo. Ya era tarde, tenía hambre y estaba en el
lugar que parecía la mejor de las alternativas del área. Era un estudio en contrastes. Un salón con mesas de madera oscura, con
sillas tapizadas en blanco, de espaldar alto, rodeadas de anaqueles cerrados
con cristales en cuyo interior podían apreciarse botellas de vino. Aquella música de salsa encajaba en ese lugar
como un concierto de violín en el cafetín de la esquina.
Respira, Ana, me dije - mira el lado positivo. Me trajeron el plato, que resultó muy bueno y abundante, aparte de que aparentaba estar acabado de hacer. Para pagar había que ir a la caja que estaba operada por la chica de la barra, que tenía una cara de que le apestaba la vida. Le comenté de la música y me dijo –“es que esta es un área de beber”. Imaginen el emoticón de la carita con los ojos vueltos hacia arriba. Esa debió ser mi cara. Y me imagino a la chica comentando “qué le pasa a esta comem…” Salí de allí deseosa de volver a la tranquilidad y amabilidad del hotel. Cuando llegué a la habitación, había un plato con una porción de brazo gitano de chocolate -si el relleno tenía crema, me dije -que se chave, me tomo la pastilla de lactasa. En realidad no tenía apetito, pero adoro el chocolate. Venía con helado que había comenzado a derretirse, pero eso sí que no me lo comí -ya bastante tendría si el relleno tenía crema. Venía con una tarjeta en la que escribieron la felicitación. Imaginen el emoticón de carita feliz.
Bajé a estar un rato más en las áreas comunes y pasé por la recepción a dar las gracias por el lindo gesto. Me senté a leer los mensajes de felicitación y recibir llamadas. Luego regresé a contemplar la puesta de sol desde el balcón de mi habitación. Poco a poco, veía como cambiaba de una bola de fuego intensa a una que parecía disolverse en el mar y lanzar rayos hacia una silueta de nubes que semejaba la parte noroeste de la isla. Contemplar esos instantes, como dice el anuncio de Mastercard, es algo que no tiene precio.
Me dispuse a cambiarme y bajar a cenar algo
muy liviano. Había visto un aperitivo de
tartare de atún, que me pareció apropiado para completar la noche de
este día de cumpleaños tan singular.
Algo pequeño, porque había tenido un almuerzo sustancial, con una copita
de Chardonnay, para cerrar con broche de oro.
Resultó ser justo lo que necesitaba.
Dormí muy bien. Al día siguiente, bajé a desayunar y el
restaurante informal no estaba operando, sino que el desayuno sería servido en
Alexandra. Las cosas del destino. Terminé desayunando en el lugar donde quería
cenar y aunque el menú era el mismo que en el otro restaurante, el ambiente era
distinto. Me atendió Michael, que
resultó muy amable y conversamos sobre el hecho de que todo tiene un lado
positivo y uno negativo. Me decidí por
unos huevos benedictinos con salmón y se me ocurrió pedir una mimosa -el
ambiente y mi ánimo se prestaban para eso. El restaurante más informal tiene la
belleza de estar más cerca del mar y recibir la brisa, pero tiene el
inconveniente de los changos imprudentes.
El restaurante cerrado, con aire acondicionado no tiene changos, pero no
puede apreciarse la brisa ni escuchar los trinos de los pájaros más civilizados. Detrás de mi había dos norteamericanas y una
se quejaba de que no la sentaron en el exterior y que ella quería estar afuera,
por lo que escribiría una crítica negativa.
Pensé en las veces que me quejo de algo que me incomoda y si le pongo
mucha energía, me pierdo de disfrutar lo bueno que puede haber. Un rato después, vi a Briana, la chica que me
atendió el día anterior y estuvimos hablando un buen rato sobre su vida y las
experiencias de la mía. Al rato, vi
pasar a Richard, y lo saludé con un gesto y él me saludó como si fuéramos
amigos de mucho tiempo. Y así lo sentí
-como que esa gente que me atendió fuesen amigos que se alegraban de verme.
Regresé a ponerme el traje de baño y caminar un rato por la playa, a modo de despedida. Vi un pajarito caminando por la arena, que parecía no tenerme miedo. Luego me senté en la piscinita para niños bien chiquitos, que estaba en silencio, mientras la fuente hacía un sonido relajante y el cielo lucía azulísimo, coronado con palmeras.
Suspiro. Tras un rato, enfilé el rumbo hacia la habitación para cambiarme de ropa y preparar la pequeña maleta. En la pérgola cercana a la recepción había un pájaro hermoso, de pecho anaranjado y me ensimismé contemplándolo. Casi se me salen unas lagrimitas.
De camino a la habitación, me crucé con
Milagros, del personal de mantenimiento, que me preguntó si me había gustado la
sorpresa. Se refería a los globos y el
bizcocho y me contó que habían estado pendientes para ver cuándo yo estaba en
la habitación para entregarme el bizcocho, así que ella y otras personas
estaban involucradas en preparar la sorpresa.
Pude observar la alegría que le produjo todo el proceso. Cuando ya iba de salida, me despedí con un
abrazo, como si fuese alguien que conociera de hace tiempo.
Salí del hotel más que satisfecha,
pese a algunos contratiempos. Fue un
cumpleaños muy representativo de lo que ha sido mi vida: ha habido experiencias
no tan agradables, pero han sido muchas más las experiencias positivas. Sobre todo, he podido apreciar las bellezas
de esa isla, pero más aun, su activo más valioso: su gente. Las atenciones en el hotel fueron
excepcionales y lamento no recordar el nombre de todos. Me sentí cuidada y recibida con alegría. Y las celebraciones continuaron ese día con
el almuerzo en Salinas y luego el viernes con otra amiga. La semana que viene hay otras en
programa. Y anoche estuve en un
concierto sublime dedicado a las canciones que Mercedes Sosa hizo aún más
famosas. Lo tomé como otro regalo que la
vida me ha dado, por lo que una vez más puedo decir gracias a la vida, que
me ha dado tanto…
9 de marzo de 2025