CUIDAR A ALOE O LOS RETOS DE UNA AMANTE DE LOS GATOS
Soy
amante de los gatos, admisión que en la mayoría de los casos trae una reacción
inmediata de “uy no, a mí no me gustan los gatos” o una defensa férrea de los
perros, aludiendo a lo cariñosos y leales que son, en contraposición a los
gatos, a quienes injustamente se les acusa de indiferentes, en el mejor de los
casos y hasta traicioneros, en el peor.
Tuve un gato cuando era adolescente –yo, no el gatito, que era una
bolita peluda encantadora, al menos para mí, pero el que luego fue mi esposo no
opinaba lo mismo. Después tuve una gata
muy singular, que murió antes del proceso de divorcio y me entendía a la perfección. Solía quedarse mirándome cuando lloraba y en
esas ocasiones –solo en esas- se subía a mi falda, como entendiendo que necesitaba
consuelo.
Tras la muerte de esa gata especial llamada Lavinia, no tuve más gatos porque me mudé a un apartamento, aunque sí cuidé a Gatito el gato de Buddy, otra bolita amarilla –el gato, no mi Buddy- con quien tuve un bonding inmediato –con Gatito, no con mi Buddy, pero esa es otra historia. Lo cuidé varias veces y lo cargaba cuando visitaba a mi amiga. Estuve acompañándolos cuando Gatito enfermó de forma irreversible y fue necesario asistirlo en el proceso de partir a otro plano. Fue un día triste, pero me alegro haber estado en ese momento tan difícil para mi Buddy
.
La experiencia con la gata de su
hija no fue tan mágica –era un torbellino que se trepaba por todos lados,
incluyendo al tela metálica en las ventanas, la mesa de la sala, en fin que le
dije que para la próxima mejor le pagaba el cuido que hacerlo yo misma. Vamos, que soy cat lover, no mártir.
Pues
tengo otra amiga que tiene una perrita, Aloe, que como dice mi amiga, es casi
gato. Lo cierto es que Aloe y yo nos
llevamos muy bien y cuando visito su enorme apartamento me recibe, primero
tímida, pero luego su muestra contenta, me lame las piernas y se acuesta cerca o
se sube al espaldar del sofá. Como hay
afinidad –con ambas- mi amiga me preguntó si podía cuidar a Aloe durante un
viaje que tenía por motivos de trabajo y accedí. Después de todo, Aloe había sido declarada
casi gato. A modo de prueba, trajo un
día a Aloe, quien se mostró tranquila y a gusto, pero claro, su mamá estaba
presente, por lo que la verdadera prueba sería cuando Aloe se percatara que su
mamá no estaría. Mi amiga me explicó los
procesos, trajo la comida, una camita, los medicamentos y los pads para que hiciera sus necesidades,
por lo que según me dijo, no sería necesario sacarla a pasear, porque ella no
salía del apartamento. Perfecto.
El día de su llegada oficial, mi amiga y yo compartimos un rato y luego se fue. Aloe parecía estar tranquila y luego de un rato la vi subirse al sofá, de lo más confiada.
El día siguiente fueron otros 20 pesos. Aloe a duras penas se comió la bolita que contenía un conocido calmante para gente que también se usa para perros, envuelto en una pasta que hacía que pareciera una bolita de caramelo, pero huele a carne. Se metió en la jaulita que se usa para transportarla y casi no salía de allí.
No comía y casi no tomaba
agua. También debía darle otro
medicamento sobre un pedazo de pan, que la ayudaba con sus vías urinarias. Le dejaba el pedazo de pan frente a la
jaulita y eventualmente se lo comía. Después tuve que hacer un invento, porque
no quería el pan. También le daba unos
palitos o unos huesitos con sabor que vienen para perros y eso era lo único que
comía.
El primer día no orinó y en los subsiguientes no había hecho el número
dos. Al segundo día no aguanté la ansiedad y le envié un mensaje a la hija de
mi amiga, que es veterinaria, porque no quería preocupar a mi amiga.
Me
contestó diciendo que eso suele ocurrir como un proceso de ansiedad por la
separación y me preguntó si le estaba dando el medicamento para la ansiedad y
le dije que sí y que estaba a punto de comerme uno yo. Con respecto a lo de hacer el número dos, me
explicó era resultado de que no estaba comiendo, por lo que me recomendaba la
sacara a pasear. Ahí fue que por poco me
como la bolita del medicamento para la ansiedad. Mi amiga me había dicho que no la tenía que
llevar a pasear, cosa que me tranquilizaba, por las circunstancias que rodean
mi entorno.
Vivo en
un complejo de walk-ups, en un
segundo piso. A la parte de atrás de mi
edificio establecieron un “parquecito” para perros, sin consultar a nadie, para
que los dueños trajeran sus perros y entre otras cosas, hicieran sus
necesidades –los perros, no los dueños.
El dichoso, por no decir otra cosa, parquecito queda justo detrás de mi
apartamento y el del vecino que tiene una perra muy buena –Lola. Lola no ladra por capricho y cuando se le va
la mano-bueno, la pata, le digo desde mi ventana: ¡Lola, ya! Y se calla. Claro está, al establecer el dichoso
parquecito comenzaron a desfilar perros y sus dueños que Lola no había visto,
por lo que incrementaron los ladridos.
Eso sin contar que para llegar al parquecito de los perros tienen que
pasar por el parquecito de niños y hay un dueño en particular que tiene uno de
esos perritos chiquitos, de ladrido agudo y penetrante. Solía amarrar al sangrigordo perrito de la
pata de una chorrera que queda justo al lado de la ventana del cuarto donde veo
televisión. Ese perrito no es como Lola –ese
ladra de forma constante, insistente y desesperante, que saca de quicio a
alguien como yo, gatuna. Pero bueno, me
desvío del tema.
Para añadir
a la ansiedad, al pie de la escalera suele apostarse un gato enorme, que es un
encanto y se deja acariciar. Claro, eso
soy yo, que soy cat lover, pero hubo
protestas de dueños de perros que alegaron que el gato les había atacado y yo
no podía creer que este gato enorme, que se tira al piso para que lo acaricie y
ronronea a gusto, fuese capaz de atacar a nadie. No sé si necesite una pastillita para la
ansiedad o tal vez sean los dueños de perros los que la necesiten. Así que en mi mente me veía descendiendo la
escalera con Aloe, siendo atacadas por el gato que es del tamaño de ella, o por
otros perros que visitaran el jo, digo, dichoso parquecito. Nada, me armé de valor y primero salí a
inspeccionar el área para asegurarme que no había perros o el gato en la costa. Subí a
buscar a Aloe, pero primero tenía que descifrar cómo ponerle el arnés que debía
conectar a la correa. Tuve que acudir a
YouTube para poder entender cómo ponerle aquello.
Tan
pronto Aloe vio que saqué el arnés y la correa salió de la jaulita y daba
saltitos emocionada. Yo intentaba
calmarla mientras le ponía, bueno, trataba de ponerle el arnés. Menos mal que ella es taaaaan buena y tuvo
paciencia conmigo. Finalizado el
proceso, bajamos, ella temblando y yo tratando de disimular mi ansiedad. No había gatos ni perros. Orinó pegado a la verja, antes de llegar a la
escalera que conduce al jo, digo, dichoso parquecito, al cual llegué y vi una
cantidad de cacas en el piso, aparte del zafacón desfondado que se supone se
use para echar las bolsitas con las respectivas cacas, que evidentemente no se podía
usar. Cualquiera diría que es una obra
de esas que el gobierno construye y luego no le da mantenimiento.
Caminamos
las inmediaciones del jo, digo, dichoso parquecito, yo tratando de evitar pisar
las cacas y Aloe tratando de olerlas.
Regresé al apartamento exhausta.
Aloe se veía contenta, aunque no comía.
Me daba pena comer frente a ella, que se me quedaba mirando con esos
ojitos del gato de Shrek, pero no hacía ademán de pedir comida. Al otro día no resistí y fui a comprarle unas
comidas que parecen pollo guisado, para mezclarlas con la comida seca que mi
amiga me dejó. Decidí echarle poco sobre
los granitos secos, porque por experiencia con los gatos sé que después que
prueban comida con salsita, no quieren volver a la comida seca y no quería crearle
un problema a mi amiga. El truco
resultó. Yes!
Al otro
día debía asistir a mi labor de voluntariado y suelo almorzar al mediodía y luego
me arreglo para salir. Almorcé, terminé
de vestirme y cuando me disponía a salir me topé con este camino de cacas en dirección
a la puerta de entrada. Por alguna razón
Aloe decidió que ella iba a orinar en el pad
y hacer la caca en el piso. Como no
había hecho caca en varios días, había una cantidad considerable y no voy a
entrar en detalles. Pese a ello, nunca
me sentí tan contenta de ver caca, porque ya estaba verdaderamente preocupada.
Recogí las susodichas, limpié el piso, me lavé bien las manos y salí por la
ruta de la caca.
El resto
de los días transcurrió con la observación de las conductas de Aloe, quien
definitivamente estableció la ruta de la caca, así que me resigné al ritual del
recogido y limpieza del área, al mezclado de la comida, asegurarme que tomara
los medicamentos y acostumbrarme a dormir en ocasiones semejando una S, porque
Aloe se acomodaba justo en mi lado, aunque había espacio al otro lado, que
desafortunadamente permanece sin usar, pero esa también es otra historia. Me seguía por todos lados, cosa que por
momentos me incomodaba, sobre todo si iba al baño. ¿Es necesario? , le preguntaba retóricamente
y cerraba la puerta. Dejó de usar la
jaulita y se veía contenta, sobre todo el día que su mamá la vendría a
buscar. Pienso que ella de algún modo
presintió su llegada. Mi amiga me había
dicho que podíamos dejarla en su apartamento y hacer algo de comer para
compartir, pero le dije que yo estaba exhausta.
El
cansancio no tenía que ver con que pasara demasiado trabajo con Aloe, que
después de todo es casi gato –destaco
el casi, sino con el estrés de no conocer sus costumbres y la ansiedad que me
producía saber que me habían confiado esta criaturita tan dulce y yo era
responsable de cuidarla. Tengo otra
amiga que ama los perros y piensa que después de compartir con Aloe, me voy a
cambiar al bando de los perros.
Nonines. Aloe es un amor y de ser
necesario, la cuidaría de nuevo, pero sigo siendo ¡Team gatos!
3 de
octubre de 2023