El jueves
pasado celebré mi cumpleaños. Nada
espectacular, sólo actos sencillos que me hacen pensar en el gozo de la
cotidianidad que tantas veces pasamos por alto. Una sobreviviente del
holocausto dijo que a menudo, durante los días de horror que pasó en un campo
de concentración, añoró experimentar una tarde aburrida de domingo en su
casa. Yo no lo pasé aburrida; lo pasé
muy bien, pero tal vez algunos miren mis sencillos disfrutes como algo insignificante. No lo es.
Para
empezar, hubo dos personas que se confundieron de fecha y me enviaron
felicitaciones el día anterior, pero que por esas pequeñas trampas de la
tecnología, terminé recibiéndolas al día siguiente, que era, en efecto el día
de mi cumpleaños. Ese día toqué para mí
misma una cajita de música con la melodía –por supuesto- de Happy birthday. Me dispuse a prepararme
un sencillo desayuno, mientras iba recibiendo mensajes de felicitación. Una amiga me llamó y entre otras cosas, me
dijo que me admiraba, porque a pesar de todo lo sufrido, me mantenía
positiva. Le manifesté que yo no pensaba
que había sufrido tanto –sí, he tenido pérdidas significativas –mis padres, el
divorcio, la seguridad económica y varias otras, pero si hago balance, he
tenido una vida bendecida. El amor de mis
padres ahora ausentes sigue estando en mi corazón; las vicisitudes que enfrenté
me han hecho más fuerte.
Y bueno,
las amistades que he acumulado en el camino enriquecen mi vida. Terminé de preparar el desayuno y decidí
colocar el pannino en un platito con
una estrella que lee Wish, porque
después de todo, una pide un deseo el día de su cumpleaños. Seguí recibiendo mensajes y más tarde me fui
a disfrutar de un almuerzo con un amigo muy querido. Terminé el día feliz y al
día siguiente, me fui de compras, en uno de esos actos banales y sin
trascendencia que disfruto de vez en cuando.
Después de todo, es mi semana de cumpleaños, así que tengo derecho de
hacer lo que me dé la gana. Ayer me fui
al cine sola, porque mi Buddy no pudo acompañarme a ver una película que hace
tiempo quería ver y temía la fueran a sacar de cartelera. No me arrepiento. Es una película que celebra la amistad en
medio del dolor, como tantas veces hemos hecho.
El jueves que viene nos reuniremos para culminar mi semana cumpleañera.
Durante
todos estos días, aun cuando he estado en ánimo de celebración, no dejo de pensar
en la guerra entre Rusia y Ucrania. La
guerra –la que sea- no me hace sentido.
No me hizo sentido cuando Vietnam y no me hace sentido ahora. Los grandes imperios se empeñan en mantener
su poder y en ocasiones, ampliarlo. No me
considero conocedora de aspectos internacionales. No conozco las complejidades de la política –que
qué vino primero, si el huevo o la gallina.
Que si otros también lo han hecho.
Nada de eso le sirve a las familias que viven presas del pánico, que deben
huir de todo lo que conocen. No es la
primera vez que sabemos de estos horrores en distintos confines.
Es muy
poco lo que puedo hacer. El día de mi cumpleaños había marcado en mi calendario
un programa especial de Radio Universidad, dedicado al tema de la paz. Escuché varias canciones, algunas que ya
conocía y otras nuevas para mí. Ya había
comenzado a compartir las clásicas – Imagine,
Oración simple, The Prayer y luego del programa, incluí unas que no conocía. Decidí usar todos los días un pendiente con
el símbolo de la paz que tanto se popularizó en la época convulsa de los años ’70. De algún modo me conecto con el deseo de paz,
que parte no de una superpotencia que se impone al más débil, sino de la
conciencia de que toda vida es valiosa.
Ayer
hablaba con una conocida, que me preguntaba si me había afectado lo que ocurre
en Ucrania y me decía que ella había llorado largamente. Le dije que por supuesto, me afecta, pero no
hay mucho que yo pueda hacer al respecto.
Se embarcó en una de sus largas peroratas sobre cómo el mundo había
cambiado, que le parecía horrible que Putin, que era un ser despreciable,
hubiese hecho esto y que otros países no hicieran nada. Y yo me preguntaba si ella quería que
iniciaran una guerra nuclear, porque esto de las guerras es el cuento de nunca
acabar. Mientras tanto, yo sentía que
ella, sin decirlo, me reprobaba por no estar más afectada por lo que estaba
ocurriendo. ¿Y qué es estar afectada?
Con el tiempo, he aprendido a dedicarle energía a aquello que pueda resolver y
lo que no, enviar energías positivas, que es lo que he estado haciendo.
Es
curioso –a esta misma persona le hablé sobre mi participación hace un tiempo en una misión de ayuda a Haití. Ella estaba embarcada en sus quejas sobre las
actitudes de la gente, que ya no había respeto, que la gente era desconsiderada
y que ella estaba harta. Con respecto a
mi misión a Haití, me dijo que no le importaba -y no me lo dijo en palabras
finas. Parece que según su visión, hay
unas personas que merecen más compasión
que otras. Me cuesta mucho mostrarme
compasiva con ella, porque evidentemente necesita una ayuda que yo no le puedo
dar. Hago lo que puedo –no me toca
salvar al mundo.
Esta semana
de cumpleaños me ha demostrado que puedo disfrutar de todas las bendiciones que
recibo, sin que eso implique desconectarme del sufrimiento de otr@s. ¿Y mi deseo de cumpleaños? Paz – pero no ese deseo que se expresa en los
concursos de belleza, sino la verdadera paz, que nace de la conciencia de que
todos –ucranianos, rusos, estadounidenses, europeos, africanos,
latinoamericanos, caribeños, chinos, japoneses, árabes, de todas las religiones
o de ninguna; de todas las orientaciones sexuales o géneros, de todos los
colores, somos uno. Y la paz, como dice una canción de Unity, comienza conmigo.
6 de
marzo de 2022
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