A través
de los años he disfrutado de distintos regalos – unos más costosos que otros.
Lo hermoso es que los regalos más valiosos han sido los más económicos –un
álbum para fotos que recibí de “Santa” cuando tendría 4 o 5 años; el regalo de
cumpleaños de un collar de fantasía que mi papá compró anticipadamente y que
recibí después de su muerte; una rosa que una vecina cortó de su jardín para
regalármela porque sí; los detalles con estrellitas que mi Buddy consigue para
mí, porque sabe lo mucho que me gustan; un aguacate o una botella de vino que
estaba en especial, que Ramón me trae, por el simple gesto de compartir. Tengo decenas de recuerdos de éstos y este
año no ha sido la excepción.
El primer
regalo que recibí esta Navidad fue de un amigo y su esposa, que viven en el estado
de Washington. Todo un deleite para
alquien como yo, que disfruta tanto del buen comer: el libro Kitchen Confidential de Anthony Bourdain
(qepd); unos chocolates y lo más especial de todo, dos frascos de atún en
conserva que ella y su mamá se ocuparon de preparar. Ya me comí el contenido de uno de ellos y el
próximo estoy esperando un momento especial para degustarlo. Algo así de especial no se come como si fuera
una lata de Star Kist.
Luego
siguió con una jalea que vino a traerme una amiga, porque sabe lo mucho que me
gusta –no era un regalo formal, era sólo un detalle que demuestra que pensó en
mí. Otra amiga me había llamado para
preguntarme cuál vino me gustaba, porque quería asegurarse que me compraba uno
que realmente disfrutara. Pero eso no
era lo verdaderamente importante del momento en que recibí el regalo. Esta amiga ha pasado por dificultades y en
ocasiones requiere de mucha energía para trasladarse hasta mi casa. Yo no sabía cuándo podríamos
encontrarnos. Pues hace unos 2 o 3 días
me llamó para preguntarme si podía pasar a dejarme su regalo. Me sorprendí, porque no lo esperaba. El hecho de que viniera hasta acá, a pesar
del esfuerzo que eso implica, vale mucho más que el obsequio.
Ayer
Ramón vino cargando con lechón, arroz con gandules, batata, guineos y algo que
a él no le gusta –morcillas, sólo porque sabe que me encantan. Fue un festín de Nochebuena en la tarde. Lo complementé con mi propio regalo especial
–el majarete que preparo. Ese momento de
compartir en la mesa es lo que yo llamo una comunión especial –dos amigos que
comparten una mesa, disfrutando del simple placer de los alimentos y una buena
conversación.
Hace dos
semanas recibí el regalo más pequeño, pero que encierra en sí todo el
significado de la Navidad. Acudí a una
Feria de Artesanías en el Viejo San Juan, porque quería adquirir la mayor parte
de los regalos de Navidad allí,
precisamente porque estos regalos son especiales –son hechos por nuestros
artesanos, no por máquinas que producen en masa. Cada obra de un(a) artesan@ lleva en si algo
de su alma. Compré varios artículos,
unos más caros que otros. Me detuve en el puesto de una artesana que trabaja en
caracoles y escogí unas cuantas piezas, algunas muy modestas, pero muy
curiosas. Cuando ella fue colocando las
piezas en un bolso, colocó uno que yo no había escogido y le dije no, ese no y ella me respondió: es mi regalo.
Tengo que
decir que se me formó un taco en la garganta.
Estos trabajos eran de los más modestos de la Feria. Su sencillez pasaba inadvertida por muchos y
yo imagino que las ganancias de esta artesana eran de las más modestas. Sin embargo, ella vio que yo aprecié su obra
y me regaló un producto de su esfuerzo.
Ese ha sido mi regalo más especial esta Navidad. Está al pie de mi
arbolito en miniatura, el cual me decidí a montar a última hora, tras unos días
intensos de remodelación en mi apartamento. No necesito un gran árbol; tan sólo
conectarme con el verdadero y sencillo espíritu de la Navidad. Les deseo a
tod@s una muy Feliz Navidad
y que sus vidas se vean colmadas de los regalos más especiales –los que nacen
del corazón.
25 de
diciembre de 2021