UN VIEJO AMOR
En estos
atribulados días en que se entremezclan los temores de contagios, la
posibilidad de huracanes y los desastres de la administración gubernamental
sobre los que no hablaré para no despertar corajes acumulados, ha habido
momentos de una belleza inefable. No son
momentos trascendentales, pero son los que me hacen tomar conciencia –una vez
más, de cuán bendecida he sido en esta vida. Tengo unas amistades de lujo, de
esas con las que se disfruta de una buena plática, un buen vino y momentos de
desahogo que se entremezclan con risas y lágrimas. También he disfrutado del
talento extraordinario de nuestros artistas, muchos de los cuales tienen que
haber pasado la zarza y el guayacán, pero no por ello dejan de crear.
El
viernes de la semana antes pasada supe que estaba a la venta el nuevo libro de
Luis Rafael Sánchez, El corazón frente al
mar y por supuesto, acudí al otro día a comprarlo. Quienes me conocen saben de mi predilección
por su lectura, pero no tod@s saben que es, para mí, un viejo amor. No se escandalicen –o entusiasmen, que
depende de su visión- es un amor
platónico. Luis Rafael Sánchez fue mi profesor en la IUPI, durante mi primer
año y luego en la Facultad de Humanidades.
Asistir a su clase era para mí un deleite y contrario a otras clases, me
ponía triste si por alguna razón no se celebraba una sesión. Todo en él era –y sigue siendo- una
experiencia sensorial exquisita: su porte, su dominio del lenguaje, su dicción
perfecta, su sonrisa contundente y su voz profunda, varonil, cautivante. Han
pasado más de 40 años desde ese primer encuentro y todavía todo esto sigue
siendo aplicable.
Me he
encontrado con él en pocas ocasiones, pero en todas, vuelvo a sentirme como esa
primera vez en que contemplé a este profesor, ya escritor reconocido y me
convierto en una jovencita que se pone nerviosa cuando ve el objeto de sus
afectos. Cuando fui a la librería a
comprar el libro, le dije a la joven que me atendió: “él fue mi profesor”,
presumo que con una cara así como de fanática de Paul McCartney –que es otro
viejo amor- y ella me miró como si nada.
No sé si porque no le importaba,
porque no sabía quién era Luis Rafael Sánchez o todas las
anteriores. El caso es que ya tenía el
libro en mi poder y al leer la última oración en la contraportada, parte de la
Introducción, quedé en éxtasis: Los sueños
se pudren si no se les muda el aire.
Debo
confesar que al inicio la lectura me incomodó.
Por alguna razón mi adorado profesor escribe últimamente enumerando
secciones de sus escritos. Algo en los números me repele, pero no me impide
disfrutar de una lectura que me reta. Además, las viñetas que toman el Viejo San
Juan como inspiración o leitmotiv no
se ajustan a las formas conocidas. Sin
embargo, su dominio del lenguaje se impone y la profusión de imágenes que evoca
es una experiencia por sí sola. No deja
de deslumbrarme con esa habilidad suprema que posee para hilvanar recuerdos de
experiencias, de canciones, de sucesos ridículos o sublimes, con referencias a escritores
locales o internacionales. Su grandeza no le impide –como le impide a muchos
con menos talento y mayor ego- reconocer la maestría de varios escritor@s,
particularmente l@s locales.
Cuando ya
había comenzado la lectura, interrumpí ese gozo para ir con una amiga a un
centro comercial. No buscaba nada en
particular; tan solo iba a novelerear,
con la expectativa de ir luego a almorzar, que es algo que de veras me
entusiasma. Pasamos por un pasillo con
varios de esos carritos con chucherías y mi amiga se detuvo a mirar unas pequeñas
pantallas en plata. No soy fanática de
la plata; desafortunadamente prefiero el oro, porque por alguna razón pienso que
el dorado me va mejor que el plateado.
Además, ya no compro pantallas, porque hace años uso unas pequeñitas,
que no me tengo que quitar, así que siempre, salvo excepciones, las tengo
puestas. Ah, pero mis ojos se posaron en
una inusual sortija de plata con diseño de atrapasueños
(dreamcatcher). El origen de ese objeto se supone que proviene de una tribu
de indios de Norteamérica que diseñaban esta especie de red para colocarla en
la abertura del espacio que usaban para dormir, de forma tal que la red
atrapara los malos sueños y dejara pasar tan sólo los buenos. De inmediato pensé en la frase del libro de
Luis Rafael Sánchez sobre los sueños y la compré. Siempre que la vea –y en otras ocasiones
también- lo recordaré.
Suelo
escribir todos los días algo corto para agradecer mis bendiciones. El lunes pasado escribí sobre el gozo de
preparar una pasta aderezada sólo con mantequilla, salvia y queso parmesano,
porque parte de disfrutar los alimentos es poder apreciar los sabores sin mucho
disfraz. La cocina siempre ha sido un
deleite para mí, como es la lectura y en particular lo que sale del teclado –o la
pluma, que no sé cómo escribe- Luis Rafael Sánchez. Comenté que la lectura de su libro me había
hecho redescubrir un viejo amor y de inmediato vino a mi mente la canción Un viejo amor. Ah, las ventajas de la tecnología – la busqué
en You Tube y la encontré
interpretada por Marco Antonio Muñiz-
otro viejo amor y Ana Gabriel: Que un viejo
amor, ni se olvida ni se deja; que un viejo amor, de nuestra alma sí se aleja
pero nunca dice adiós…
El
recuerdo de Luis Rafael Sánchez está ligado a otro viejo amor: la IUPI. Amo sus edificios viejos, las frías losas de
los pasillos externos de la facultad de Humanidades o el Teatro, donde tantas
veces me senté a charlar con mis compañeros; el sonido del carrillón; el olor
del Teatro antes de la remodelación o de la Biblioteca Lázaro, la cual visité
hace como seis años y olía exactamente como la recordaba. Me emociono cuando
oigo el himno y lo canto con mi desafinada voz cuando escucho el disco de la
Tuna Bardos, producto de la IUPI. Para mí,
ningún coro supera al de la IUPI. Cada
vez que transito por los espacios originales me transporto a los momentos que
allí viví y siento que el tiempo se ha detenido cuando me encuentro con ese
viejo y gran amor.
Curiosamente,
en estos días compré boleto para asistir al concierto de Chucho Avellanet –otro
viejo amor. A sus 80 años (¡tantos!),
conserva esa voz impecable que me hace suspirar cuando canta Jamás te olvidaré. No se me escapa la ironía
de que el concierto esté auspiciado por una aseguradora de planes médicos
dirigidos a la población con beneficios de Medicare,
lo cual sin duda me expondrá a que el público que asistirá me recordará
aquélla frase de una canción de Pablo Milanés – otro- : porque el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos… Me resulta
interesante cómo en estos días he rememorado varios viejos amores –los platónicos
y los que no, pero de esos no hablo ahora.
Hace un tiempo había visto en Facebook una corta grabación de un concierto en vivo de Juan Luis Guerra –sí, otro. Siempre he admirado el talento de este músico extraordinario, que ha logrado conjugar una música sofisticada, producto de una educación formal con los ritmos tradicionales de su país. Pues fui a una farmacia de esas de cadenas y presencia ubicua y me topé con el disco de ese concierto. Resulta que tiene todos los grandes éxitos, interpretados en vivo, con nuevos arreglos. Contiene dos canciones de esas que son las clásicas y que no voy a revelar, para no estropear la sorpresa, que son interpretadas en otro ritmo – no, no reguetón, por Dios. El resultado es algo hermoso.
Si
estamos dispuest@s a mirar la esencia, sin importar la forma, como yo lo he
hecho con el nuevo libro de Luis Rafael Sánchez, nos daremos cuenta de que ese
viejo amor sigue estando ahí y probablemente su encanto ha aumentado con la
pátina del tiempo. Ahora solo falta que
mi pequeño atrapasueños permita que
entre un hermoso sueño con Luis Rafael Sánchez.
8 de
octubre de 2021