CORAZONCITOS
Hoy mi
papa hubiese cumplido 93 años, si un desalmado cáncer no le hubiese arrebatado
la vida a los 61 años. Ese cáncer
parecía ser la crueldad suprema. Papi
hacía planes para su retiro. Pensaba trabajar
ad honorem ofreciendo su experiencia
a alguna junta gubernamental, tomar cursos de humanidades en la Universidad,
disfrutar de más conciertos, de buena lectura, en fin, una vida plena. Por mi parte, yo me había divorciado
recientemente; no tenía hijos ni hermanos, Mami había fallecido mucho antes,
así que de pronto me vi inmersa en esta enorme soledad.
Mi papá
vivió los meses después de su diagnóstico asumiendo control de su tratamiento,
disfrutando de la música que tanto amaba y tomando con entereza el reto que la
vida le lanzaba. Yo ni sabía cómo iba a
superar su ausencia. Tras su muerte, me
di cuenta que lo afronté mucho mejor de lo que jamás imaginé. Su aportación a
mi vida fue tan grande que aún hoy me sostiene.
Sigue siendo presencia, aunque no pueda verlo.
Yo me
retiré poco antes de cumplir 62 años –es
decir a los 61 años. Es ahora cuando escribo
estas líneas que me percato que yo entro al retiro a la edad que Papi tenía
cuando murió. En mis planes estaba
trabajar de voluntaria y publicar finalmente el libro sobre Papi del que tanto
habíamos hablado mi Buddy y yo, pero que no habíamos podido trabajar. El día de la presentación del libro se
proyectó un vídeo que preparó Anya, una de sus hijas, con fotos, citas del
libro y parte de uno de sus conciertos favoritos de violín. Hoy lo volví a ver y me causó una profunda
emoción, que nace no de la pena de la pérdida, sino de la conciencia de cuán
bendecida he sido.
Cuando
Buddy y yo nos embarcamos en el proyecto de publicar el libro, me sugirió
incorporar fotos, incluyendo algunos objetos.
Yo tenía un recuerdo claro de dos objetos que quería incluir y no había
podido localizar en el apartamento que su esposa y él compartían y que ella
ocupó hasta su muerte, ocurrida hace poco más de cuatro años. Yo había visto en una gaveta una cartulina
con tres corazoncitos, que evidentemente databa de mi niñez. Además, había visto la billetera de Papi, en
la que aparecía, entre otras, una foto
mía y de la hermanita que tuve y falleció al año y medio. Ver esta última me despertó una ternura
infinita, al saber que este hombre siempre llevó consigo la imagen de su hijita
fallecida.
Lamentablemente
Lillian, la viuda de Papi no recordaba dónde estaban esos objetos y yo no quise
rebuscar, para que no pensase que estaba invadiendo su privacidad. Tras su muerte, volví a intentar localizar la
foto y la cartulina, sin éxito. Hace
poco más de un mes, al efectuar la remoción de todos los objetos que quedaban
de Lillian en el apartamento, una de sus herederas me dijo que había encontrado
un maletín que presumía era de Papi y me preguntó si me lo guardaba, a lo que
respondí que sí. Para mi sorpresa, allí
estaba, entre muchas otras tarjetitas, la cartulina con los corazoncitos que
tanto había buscado.
Este
hallazgo pone en evidencia el entrañable amor que le tuve y le tengo a mi
Papito. No hay que ser psicólogo para
notar el cuidado que mis pequeñas manitas pusieron en insertar más corazoncitos
en la palabra Papá y cómo me extiendo en elogios. Curiosamente, hay otra cartulina dedicada a
mi mamá, que no es tan expresiva. Soy inequívocamente una Daddy’s girl. La cartulina y
las otras tarjetas ponen también de manifiesto
el extraordinario ser que tuve la bendición de tener como padre. No es tan común que sean los hombres quienes
guarden todos estos objetos de sus hijos o hijas. Usualmente es la madre quien lo hace. Claro está, es probable que parte de estos
objetos los hubiese guardado mi mamá, pero lo cierto es que pese a haber
transcurrido muchos años de la muerte de Mami, Papi retuvo todos estos objetos,
aún después de haberse mudado varias veces e incluso, contraer nupcias
nuevamente. Me apena sobremanera no
haber encontrado la foto en que aparecemos mi hermanita y yo, pero la tengo
grabada en la memoria.
Varios
años después de la muerte de mi papá me preguntaba, al ver hombres en sus
ochenta años o más, cómo sería mi papá de viejito. Una parte de mí se apena de no tenerlo para
compartir esa faceta de su vida, pero otra se siente en paz con no ver un
posible deterioro significativo en el cuerpo y sobre todo la mente, de un
hombre brillante, sensible, detallista, amoroso, a quien le asomaban lágrimas a
los ojos cuando me contemplaba y a quien le sentía un timbre distinto en la voz
cuando me llamaba hija.
Guardaré
esos corazoncitos colocados en una endeble cartulina -en recuerdo, no de quien
yo fui, sino de quien los mantuvo consigo durante tantos años – mi Papito lindo.
3 de
abril de 2021