AMORES
Hace
tiempo que me bullía en la cabeza el
recuerdo de un intercambio en redes sociales que parecía intrascendente con una
desconocida, que se generó tras una entrada en la página del grupo de planos de
edificios históricos de Puerto Rico. Me
fascina conocer sobre nuestras estructuras, que guardan datos poco conocidos,
sobre todo lo relativo a la vida de quienes ocuparon esos espacios o los
transitaron. En esa ocasión, la entrada
se refería a la casa que habitaron Don Luis Muñoz Marín y su esposa Doña
Inés. La edificación forma parte del
predio histórico de los terrenos que ahora pertenecen a la Fundación Luis Muñoz
Marín (FLMM) y siempre ha ejercido sobre mí una atracción hipnótica. No recuerdo la primera vez que la visité,
pero me llamó la atención el tamaño reducido de la casa, con dos dormitorios
minúsculos y un solo baño igualmente minúsculo.
Una de
las personas que comentó sobre las fotos que se incluían del interior de la
casa expresó que para que pudiera apreciarse mejor, debían removerse artículos
que recargaban el espacio, muchos de los cuales constituían “tereques”. Yo le respondí que la idea era preservar la
casa tal y como la dejó Doña Inés y que los objetos no eran tereques, sino evidencia
de la vida sencilla que compartían. La
persona insistió en que para que tuviera sentido estético, había que remover
objetos y se reafirmó en que eran tereques, porque ella coleccionaba
antigüedades y por lo tanto era conocedora.
Me sorprendió el nivel de indignación que sentí –algo así como si fuese
una afrenta personal.
La casa
contiene una mezcla de muebles nativos con empajillado, tallas, cuadros y
carteles de artistas locales, figuras de loza y otros que muestran el cúmulo de
objetos que acumula una pareja o una persona en el transcurso de su vida. Mientras más edad se tiene, evidentemente más
objetos se acumulan. Yo tengo muchos
objetos que probablemente a esta persona le puedan parecer tereques, pero
detrás de ellos hay un significado; un recuerdo, como ocurre con los objetos en
la casa de Muñoz. Curiosamente, aparte
de las dimensiones reducidísimas, hay tres objetos que han permanecido en mi
memoria desde la primera vez que visité la casa: los dibujos de los niños en
las paredes del baño en miniatura, la calcomanía del emblema del PPD pegada en
el cristal de la puerta interior de la cocina y el frasco de Tang.
Este último es indudablemente, por sí solo, un tereque, como diría
la señora que colecciona antigüedades.
Pero para mí, no es un mero tereque.
Es evidencia que la familia que habitó esa casa era una familia como
cualquier otra de clase media, como era la mía.
El frasco
de Tang refleja que esta familia
hacía lo que hacemos todas las familias puertorriqueñas de clase media y
probablemente hasta de clase alta –transformamos los envases de cristal o de plástico
que contenían algún producto y los reusamos.
Reciclábamos antes de que se pusiera de moda. Tod@s tenemos un cacharrito de margarina o de
queso rallado que ahora usamos para guardar un poco de arroz que sobró o unos
amarillos en almíbar que regalamos a la vecina.
El pote de Tang ya no es un
pote de Tang –es un objeto que pertenece
a un recuerdo colectivo de cierta generación.
Los
dibujos de los niños que cubren de arriba a abajo las paredes del bañito
demuestran el orgullo de unos abuelos al preservar los trazos de los
nietos. De nuevo, nos muestran que esta
pareja singular guardaba los mismos afectos que guardamos todos. Yo recuerdo que tras la muerte de mi padre,
encontré en una gaveta tarjetitas que de niña le hice con cartulina, sobre todo
una con tres corazones rojos –uno más grande, que simbolizaba a Papi, uno
mediano que era Mami y el más chiquito, por supuesto –yo. Me resultó enternecedor ver cómo este hombre
guardó por todos estos años esas tarjetas de la que hacía tiempo había dejado
de ser una niña. Para la coleccionista
tal vez esto sería un tereque más; para mí, un objeto de valor incalculable.
La
pegatina de la pava representa para mí cuán ligada estaba esta pareja al
partido que vieron nacer y que representa ese anhelo de pan, tierra y
libertad. Si buscamos adentro de nuestro
corazón, todos anhelamos lo mismo, aunque no seamos populares o aunque dicho
partido haya dejado de ser lo que una vez fue.
Y todo lo que está contenido en el predio histórico es fiel reflejo de
lo que es el lema de la FLMM –“Parte de tu historia está aquí”. Parte de mi historia está ahí, porque en mi
casa hay cacharritos reciclados, hay por ahí una bandera del PPD que me resisto
a tirar porque en algún momento me sentí identificada con ese partido. También
me he sentido herida cuando algunas personas hablan de forma despectiva con
respecto a Muñoz, acusándolo de perpetuar un engaño masivo con la creación del
Estado Libre Asociado.
Cuando
escucho los ataques despiadados me siento como si estuviesen atacando a un
miembro de mi familia. Muñoz no era
perfecto. Ideó algo que pensó era lo mejor para el país y que a la larga, no
resultó. ¿Quién puede afirmar que jamás
cometió una equivocación al diseñar algo totalmente novedoso o que pensaba
sería de provecho? El ELA no dio
resultado y ahora sabemos que nuestra relación con Estados Unidos es una
colonial, pero eso es distinto a decir que fue producto del engaño. Juzgar ahora, después que han transcurrido décadas,
es fácil, pero hay que ponerse en el lugar de alguien que se enfrentó a un país
que moría de hambre, sin educación y sin esperanza. Él intentó una solución que a la larga no
resultó. Ahora nos toca a nosotros buscar
las soluciones, que hasta el momento no han rendido fruto.
Cada vez
que retorno a la casa de Muñoz me siento como si algo de ese espacio me
perteneciera, porque en efecto, parte de mi historia está ahí y siento que sigo
formando parte de la historia de una forma distinta. La FLMM tiene un programa de voluntarios, dedicado
a conservar los documentos que personas privadas o entidades donan a la
fundación. Son documentos sobre la
historia general en Puerto Rico, no sólo lo relativo a Muñoz. Formar parte de este grupo me ha ofrecido la
oportunidad de ser testigo del amor hacia la historia colectiva. Julio Quirós dirige el archivo histórico,
pero no se limita a eso. He visto una
entrega total a todo lo relacionado a la historia que allí se custodia y un
profundo amor a sus espacios, así como a cualquier actividad que se organice. Lo mismo ofrece una conferencia, que busca
como acomodar los asistentes, que nos convida a compartir refrigerios que a
veces prepara su mamá. Parte de su
historia también está ahí y él la sigue viviendo. Todos sus actos reflejan un profundo amor hacia
los predios de la FLMM.
En cuanto a los voluntarios, particularmente las féminas, hemos logrado entablar lazos de amistad verdadera. Desde que inició la pandemia no nos hemos reunido a trabajar con los documentos, pero una vez se flexibilizaron algunas salidas, nos hemos reunido en casa de alguna de los miembros del grupo para conversar, disfrutar un almuerzo o picadera y disfrutar de un vinito -whiskycito en el caso de una de ellas. Muchas de ellas llevan muchos años como voluntarias. Yo llevo poco más de cuatro y otras han llegado después. Puedo decir que he establecido verdaderos lazos de amistad con algunas de ellas, lo cual enriquece mi círculo. El amor que se da y recibe a través de los amigos es uno muy especial y lo valoro inmensamente. Por eso guardo tarjetas que hace años me enviaron amigos –algunos aún están y otros no. Tod@s han sido importantes para mí y encontrar estas tarjetas siempre trae sonrisas a mi rostro.
Ayer me
reuní con dos de mis primas, quienes han quedado viudas recientemente, en fechas
distintas. Poco a poco se van adaptando
a esta nueva etapa de sus vidas y en medio de su dolor han ido encontrando el
gozo de vivir, aun en soledad. Yo llevo
muchos años sin pareja, me he acostumbrado y hasta disfruto de la soledad,
aunque no niego que quisiera tener la oportunidad de tener otro compañero de
vida. Pese a ello, ayer disfrutamos un
día espectacular en el Viejo San Juan, que es otro de mis amores. Hablamos de lo afortunadas que hemos sido de
haber recibido el amor de nuestros padres y nuestros cónyuges. Papi decía que éramos seres privilegiados y
no me cabe la menor duda de ello. Nuestras
vidas no son perfectas, pero somos conscientes de nuestras bendiciones.
Hace un
rato disfruté de un sencillo almuerzo que preparé para un amigo de hace varios
años. Me embarqué en uno de mis
proyectos favoritos: cocinar. La ensalada de papas terminó engalanada con un
corazón de pimiento morrón cuya foto adorna este escrito. Sin querer, observé que una porción de
pimiento semejaba el tope de un corazón y terminé de darle forma. El amor está siempre a nuestro alrededor –es cuestión
de estar dispuest@s a verlo, porque no siempre se asemeja a lo que
imaginamos. No tiene que ser amor de
pareja –puede ser a los amigos, a la patria, a los paisajes, a los vecinos. Terminé
con un postre que disfrute mucho la primera vez que lo hice y quise repetir. En
la mañana compartí una porción con los vecinos del frente y hace un rato con
unos vecinos que me prodigan su amor con las cosechas de su patio: guineos,
ajicitos, un intercambio de palabras amables, una sonrisa o la callada quietud
de su presencia.
Sin lugar
a dudas soy bendecida de haber nacido en esta tierra de gente solidaria, que
fue capaz de sostener vecindarios enteros durante la época post María y post
terremotos. Nuestra gente es capaz de
brindar su amor a través de ocuparse de los que menos tienen. Estamos siempre prestos a brindar de lo que
tenemos –muchas veces de lo poco, pero siempre, siempre con amor. En estos momentos no tengo un amor de pareja,
pero estoy rodeada de los muchos amores que he recibido, los que tengo y con la
certeza que tendré los que vendrán. Feliz
Día de San Valentín.
14 de
febrero de 2021