MESA DE ACCIÓN DE GRACIAS PARA UNA
Desde
hace más de 35 años, cuando mi vida era muy distinta, he disfrutado de preparar
un almuerzo de Acción de Gracias para mi entorno más íntimo, que en la mayoría
de los casos se componía de tres personas. Esta celebración se inició tras la muerte de
mi mamá –nunca fue parte de nuestros ritos familiares. Papi decía que no le gustaba el pavo. Luego que me casé, como suelo experimentar en
la cocina, decidí hacer un pavo e invitar a mi papá, quien disfrutó el
almuerzo. De ahí en adelante seguí
confeccionándolo casi todos los
años. Tras la muerte de Papi y mi
divorcio, llegué incluso a transportar el pavo y todos sus acompañamientos a
casa de su viuda, para que ella pudiera disfrutar de esta tradición. Algo en mí me impulsa a querer preparar este
almuerzo especial. Es el mismo impulso
que me requiere preparar el pescado en escabeche para Semana Santa; el coquito y
el majarete en Navidad.
Este
impulso es tan fuerte, que aún cuando me repito que es demasiado esfuerzo para
mi menguado grupo familiar, lo sigo haciendo, salvo cuando me invitan al
almuerzo de Acción de Gracias a casa de alguna amistad y decido ir. Cuando no preparo el pavo, siento que me
falta algo. De hecho, el año pasado ya
lo había comprado, pero celebré en otro lugar y lo preparé luego para compartir con unas amigas en fecha
más cercana a la Navidad. Y por
supuesto, soy consciente que no es el pavo- es la sensación de que estoy
conectada a otras personas, aunque no me unan lazos de sangre. Para alguien cuya familia se ha reducido
sustancialmente y que vive sola, esto es esencial.
Este año
decidí modificar el plan y comprar sólo una pechuga, porque tengo varias amigas
vegetarianas y un amigo que no come pavo
porque insiste que esta es una tradición impuesta y propiciarla es el
equivalente a una traición a la Patria.
Mis amigas estaban indecisas y el amigo atrincherado en su oposición pavística –que incluye un ataque verbal
a lo que considera ataduras en términos de horarios y fechas para celebrar, así que tras una complicada planificación
mental para incluir platos vegetarianos, al final terminé sabiendo que el
almuerzo sería sólo para mí. Debo
confesar que el jueves en la mañana me sentí triste, cuestionando todas mis
decisiones en torno a la celebración. No
obstante, continué los preparativos.
Decidí que yo iba a celebrar mi almuerzo de agradecimiento.
Este
almuerzo no es la única demostración de agradecimiento a Dios/Universo. Tengo un diario en el que todos los días, en
un ritual matutino, plasmo palabras de
agradecimiento por lo grande o lo pequeño que me haya ocurrido el día anterior.
Celebrar el Día de Acción de Gracias es algo especial –como el día del cumpleaños
o Navidad. Me encanta hacer un alto en
la rutina y celebrar de manera singular. Me involucré en los preparativos. Puse mantel, una copa de las que saco una o
dos veces al año y un plato de la vajilla de mi mamá. Una vela que me regaló una amiga completaba
la sencilla mesa.
Puse la
pechuga de pavo que había adobado el día anterior al horno, preparé un relleno
que es una denominación incorrecta, ya que no iba a rellenar nada, pero en fin,
es una receta que encontré hace unos años y me encanta por su sencillez y
sabor: relleno de croissants y setas
-por supuesto, usé setas del país. Preparé
unas batatas mameyas con malvavisco, lo cual provocó risa en mi Buddy cuando le
conté, porque claro, solemos llamarlos marshmallows,
pero ciertamente la palabra en español es más linda. De postre, serviría un pastel de calabaza que
preparé el día anterior, variando la receta para utilizar una corteza de nueces
pecanas que descubrí hace un tiempo en el supermercado. Era un acto de fe, porque después de todo no
sabía cómo iba a resultar, pero decidí
arriesgarme. Total, no habría nadie más
a la mesa. Una vez me enganché en los preparativos, me entusiasmé y hasta me
sentí contenta. Me arreglé con colores
de los llamados otoñales y seleccioné la música para acompañar el almuerzo.
Una vez
estuvo todo listo, me senté a disfrutar, en primer lugar, lo hermoso que
resultaba el plato que se ofrecía a mi vista.
Los colores se veían en armonía – hasta el vino francés que seleccioné
aportó a la hermosa composición visual. La
música era un festín en sí misma, comenzando con Mercedes Sosa en un disco que
incluye –mais bien sur – Gracias a la vida. El grupo Chambao aportó dos canciones que contienen frases que me han hecho
reflexionar a través de los años. La primera, Pokito a poko le da nombre al
disco y dice algo que nos debemos grabar en la mente: poquito a poco entendiendo, que no vale la pena andar por andar, que es
mejor caminar pa’ ir creciendo… La segunda, Te la creí’o tú, es como un bofetón de realidad para todos aquell@s
con un espíritu controlador:
Tú y tú, sí tú lo tendrás to’ pensa’o
la familia y el
trabajo
el plan de jubilación [ouch!]
lo tienes to’ controla’o
te la creí’o tú
que sí, te la creí’o
tú
Dos
discos de Yo-Yo Ma me han acompañado por años: el primero Classic Yo-Yo, incluye una canción que se llama Butterfly’s Day Out, sobre la que he
dicho que casi puedo ver la mariposa volando.
El segundo, Yo-Yo Ma & Friends
– Songs of Joy and Peace, es un disco que compré hará tal vez 12 años para
Navidad y que disfruté tanto que regalé varias copias. Yo-Yo Ma se reúne con amigos de diversas
partes del mundo a celebrar la vida. Hay
una canción que me encanta –This Little Light
of Mine, de las denominadas Afro-american
spiritual, que repite: this little light of mine, I’m gonna let it
shine…Completaba el concierto el eterno Pavarotti, con su magistral Nessun dorma y con un aria que me hizo
dejar salir una lagrimita –por supuesto, Una
furtiva lagrima.
El
almuerzo resultó exquisito. La carne de
pavo quedó tan jugosa que la salsa resultó innecesaria. El relleno mmmmmm exquisito y las batatas
hicieron su trabajo, todo acompañado con el vinito que le iba de show. El pastel de calabaza con corteza
de nueces me hizo decidir que de ahora en adelante, esa es la corteza que voy a
utilizar.
Mi pancita estaba feliz y también mi espíritu. Mientras comía, reflexionaba que después de
todo, paso la mayor parte del tiempo sola, pero no en soledad. Esa tarde me acompañaba el recuerdo de tantas
experiencias maravillosas y el disfrute de una música extraordinaria. Me acompañaba también la conciencia de que mi
soledad era momentánea, porque afortunadamente tengo familia y amistades a
quienes puedo acudir en otros momentos. Esa
no es la realidad de muchos, que no sólo viven solos, sino que están solos,
porque no tiene a quien acudir. En
algunos casos, ni siquiera tienen alimentos y cada día representa despertar a
una triste realidad.
Este
jueves me recordé algo que siempre he sabido, pero que a veces olvido: que la
vida me ha dado tanto; que es muy poco lo que puedo controlar; que mi
imaginación puede evocar lo que no veo; que hay belleza en las lágrimas y que
siempre debo dejar que mi luz brille, aunque otros no estén ahí para verla. Después de todo, siempre habrá otros. Este jueves, sola en mi casa, me sentí
bendecida y una vez más, dí gracias por ello.
30 de
noviembre de 2019