CELEBRAR
Este año celebro una nueva década.
Comencé a festejar con mi Buddy tres días antes, con esos detalles que ella se
esmera en preparar -tarjetitas con mensajes, velas de estrellitas y un libro
que resultó muy apropiado para la siguiente etapa de la celebración. De hecho, el libro - muy adecuadamente
titulado Gift From The Sea, de Anne Morrow Lindbergh, me acompañó en mi
estadía en Rincón/Añasco. Disfruté de
una estadía de tres días y dos noches para mí solita en Rincón Beach Resort,
lugar en que había estado antes y este año escogí para celebrarme a mí misma en
esta nueva vuelta al sol. Pedí
específicamente que la habitación tuviera vista al mar y así fue.
Salí el sábado antes de mi
cumpleaños rumbo a Rincón, porque no quería guiar el día de mi cumpleaños, que
era al día siguiente. Conducir por dos
horas y media, si no me pierdo, me resulta agotador, sin contar el estrés de
los locos en la carretera y la ansiedad que me produce ir a un lugar que no
recuerdo cómo llegar, lo que me hace depender del dichoso Google Maps. Como
voy manejando sola, dependo de esa voz de mujer que me dice que en 300 metros
debo tomar la salida tal, que no siempre está rotulada o que en 400 metros debo
doblar a la derecha y no sé cuál de las varias entradas corresponde a los
benditos 400 metros. Había decidido partir por el norte y regresar por el sur.
Antes de mi aventura quise tomar la clase de natación, así que terminé saliendo a eso de la 1:10 de la tarde. Me cogió un tapón de madre por Vega Alta y no veía la hora de llegar al menos a Arecibo, para sentir que ya estaba encaminada. Finalmente llegué a Quebradillas, a esa cuesta desde la que se vislumbra el acantilado con nuestro mar de un intenso azul coronado por las olas que semejan crema batida y nuestra bandera ondeando majestuosa.
Me detuve a
contemplar el mar y sentir que mi hermosa bandera me cobijaba. No tuve contratiempos, sin perderme y
finalmente – a eso de las 4:30 llegué al hotel que, pese a su nombre, está en
Añasco y no en Rincón. Solté los
motetes, me puse cómoda y salí a contemplar el paisaje. Ya el sol comenzaba a arrojar luz plateada
sobre el agua.
Tenía mucha hambre, porque con el
desespero de llegar no me había detenido a almorzar, así que regresé a la
habitación a bañarme y prepararme para cenar en el restaurante del hotel, que
es muy bueno. Comí dorado con salsa
tropical y una copa de Chardonnay. Al
salir me detuve un momento a escuchar a una pareja de músicos cantar suaves
melodías, pero el cansancio me venció así que regresé a dormir. Luché con el sueño porque eran como las 8:30,
pero finalmente me rendí y dormí muy bien.
Al otro día -el del cumpleaños- bajé con el traje de baño bajo una batita, mis chancletitas de estrellitas, el libro regalo de mi Buddy con la libreta donde anoto mis pensamientos del día en compañía de Estrellita y Perli -mis compañeras inanimadas de viaje- a tomar el desayuno, con intención de luego tenderme sobre un chaise lounge a contemplar el mar.
Estuve un buen rato
leyendo, escribiendo y la mayor parte del tiempo, eslembada -que dice Luis
Rafael Sánchez que es una deformación de la palabra embelesar- mirando el mar. También recibí llamadas cariñosas de
amistades, que me confirman lo bendecida que soy de recibir tanto amor. Por
momentos caminaba por la orilla, por otros leía o escribía, pero la más de las
veces estaba en ese trance de eslembamiento. Tomé varias fotos y luego al
revisarlas decidí que regresaría a tomar otro ángulo de una de ellas, pero debía
darme una ducha para ir a Kaplash a comerme unas empanadillas de marisco.
Kaplash es parada obligada cuando voy por esos lares, por mi afición -como buena pisciana- a todo lo que provenga del mar. El sitio es muy informal, con mesas, sillas, vasos y platos de plástico, así que pedí un mojito, porque el vino quedaba descartado. Pedí una empanadilla de langosta y otra mixta, sin decidirme a pedir otra, porque quería cenar bien en la noche para celebrar mi cumpleaños como Dios manda. Mientras esperaba por las susodichas le eché un vistazo a mi celular y para mi total deleite, descubrí una columna de Luis Rafael Sánchez en la versión digital en El Nuevo Día, que devoré con fruición, sobre todo por el título: Besar. Suspiré. Lo tomé como otro regalo de cumpleaños y en ese escrito fue que encontré la alusión a la palabra eslembar, que es precisamente lo que hago cuando escucho a este escritor. Me eslembaba desde que fui su estudiante en bachillerato y varias décadas después, me sigo eslembando. Ojalá todo estudiante tuviera un profesor(a) ante quien eslembarse con el embrujo de su voz, su dominio del lenguaje y su imponente presencia. Pero retorno a las empanadillas.
Las dos frituras estaban muy buenas y me
debatí si debía pedir otra. Finalmente
me decidí a pedir una de pulpo, porque después de todo, no sé cuánto tardaré en
regresar por esa área. De regreso me
detuve en una torre de observación, con la ilusión de divisar una ballena que
se presentara a desearme feliz cumpleaños, pero no tuve tanta suerte. Al menos pude divisar el hotel y sus
alrededores a distancia.
Regresé al hotel en busca de un
lugar donde leer tranquilamente y me fui a una terraza en un área común del
piso donde estaba mi habitación, pero había bastante ruido porque da a la
piscina, así que me moví. Estuve en unos
butacones en un pasillo cercano al vestíbulo.
Allí me puse a ver un vídeo que me envió una amiga, cuando entró una
llamada de mi amigo José, que vive en el estado de Washington. Me felicitó y me expresó tantas palabras
hermosas sobre nuestra amistad de más de veinte años, que me sentí aún más
privilegiada, como con la llamada de Thalía y Alba, con quien hacía mucho
tiempo no conversaba. Luego de ese baño
de amor, era momento de otro baño para prepararme para la cena.
Bajé al comienzo del atardecer, con intención de tomar unas fotos del espectacular atardecer rincoeño. Al acercarme al lugar se me adelantó un entourage de novios con fotógrafo armado de cámara, filtros, flashes y toda la parafernalia de los fotógrafos profesionales, así que me moví a otro lugar. Al rato, vino el entourage a entorpecer mi labor aficionada, pero pude tomar lo que creo son bastantes buenas fotos con mi teléfono celular.
Me decidí por pedir carne de
bisonte. Después de todo, este no es un
cumpleaños cualquiera. Resultó con
algunos pedazos un poco chiclosos, pero de muy buen sabor y la acompañé con un
Chianti. Al finalizar, pedí un brownie
caliente y pedí otra copa, porque el chocolate con vino tinto es un
verdadero deleite, que casi llega al pecado, como diría mi admirado profesor. Pedí fósforos para prender la velita que llevé
conmigo y el mozo la prendió con uno de esos Magi clicks que se usan
para encender las estufas de gas. En
silencio pedí me deseo y la apagué.
Al otro día fui a desayunar y
regresé al área donde estuve contemplando el mar y quise volver a tomar una
foto de una porción de un árbol con una rama cuya forma semejaba una
serpiente. La marea estaba más alta que
el día anterior y caminaba con dificultad.
El mar golpeaba mis pantorrillas, así que me apresuré a tomar la
foto. Vino una ola fuerte y llegué a
temer que otra me arrastrara, así que desistí de caminar más allá y me regresé
al chaise lounge. Contemplando el
mar sentí como si estuviera molesto, probablemente porque sí lo estaba, así que
en mi mente le hablé. Los seres humanos
hemos abusado de su abundancia y belleza; invadimos su reino cada vez más y le arrebatamos
sus hijos con avaricia, sin mesura y muchas veces cruelmente. No sé si me entendió, pero lo sentí más
calmado.
La hora de salida debía ser a las 11 am, pero me permitieron una hora adicional. Consideré quedarme un día más, pero al día siguiente tenía compromisos y de hecho, tenía una semana complicada, así que hice una nota mental para quedarme cuatro días en lugar de tres la próxima vez. El plan era regresar por el sur y detenerme en Salinas para encontrarme con un amigo a almorzar en un restaurante de mariscos que me encanta. El trayecto se me hizo interminable, pero no me perdí. Almorcé muy bien y ya en ruta familiar llegué a casa cansada, pero feliz. Fueron tres días en contacto con mi ser interior, en contemplación del mar que me seduce e hipnotiza. Recibí el amor de mis amistades a través de sus llamadas y mensajes.
Estaba sola conmigo misma, pero no
me sentía sola. Me celebré a mí misma,
que es algo que mucha gente no entiende, como la mesera de un restaurante al
que fui una semana después con unas amistades, que insistió en que, si mi amiga
y yo estábamos celebrando, había que cantar.
Y yo insistía en que no y ella que sí, por lo que trajo como 4 mozos más
y comenzaron a cantar, para mi total disgusto, Happy birthday to you…O
sea, que no sólo me cantaron porque a ellos y no a mí les dio la gana, sino que
encima cantaron en inglés, aunque luego lo hicieron en español. Cuando nos marchábamos, me imagino que ella
sentía que había hecho una gran obra por esta pobre mujer que necesitaba que le
cantaran Happy birthday para celebrar su cumpleaños. Para añadir,
comentó: “¿lo ve?; hay que celebrar”. Jamás entendió. Cada cual celebra como le parezca. En ocasiones puedo celebrar escuchando Feliz
cumpleaños, pero hay momentos en que quiero celebrar de forma
callada, como si los ruidos que no provienen de la naturaleza puedan estropear
ese momento mágico en que me adentro en mí misma para pensar en mis
bendiciones, escribir sobre lo vivido, leer textos con alma, disfrutar de los
sonidos del mar o simplemente, eslembarme ante su majestuosa presencia.
Celebrar así es un privilegio.
15 de marzo de 2024
Acabo de leer con calma tu escrito, es una crónica de la celebración de un cumpleaños especial, relatas todo lo ocurrido y vivido en esos tres días de celebración aunque se para ti es un mes antes y otro después los que estás celebrando, las fotos están espectaculares, el escrito es como estar viendo una película de lo que hiciste, viviste y disfrutaste, siempre te he comentado que tienes la capacidad de escribir y el lector de tus escritos puede ver todo como como si fuera una película con todos sus detalles, es un gran recuerdo esa celebración y nuevamente felicidades,
ResponderEliminar¡Gracias!
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