ESTRENANDO AÑO
Hoy estrenamos
año. En un momento pensé en los comienzos
de año escolar, cuando estrenaba zapatos, uniforme y libros nuevos para el inicio
de un nuevo curso y grado, con la emoción de sentir el olor de los libros
nuevos, del cuero del bulto en el que habría de echarlos y hasta el de los
forros de papel que tenían una textura especial que al inicio era tiesa, con el
uso se gastaba, se hacía maleable y adquiría una tonalidad ceniza. Todo se sentía nuevo, incluyendo la
experiencia, sin tener aún conciencia de que en realidad, lo nuevo siempre
viene acompañado de vivencias pasadas.
Y comencé
a pasar revista de las vivencias del año que hace apenas unas horas
terminó. Ha sido un año de mucho
crecimiento y experiencias extraordinarias.
Pude culminar un ciclo para darle cierre al proceso de venta del
apartamento de Papi, que me resultó estresante al tener que lidiar con
circunstancias inesperadas debido a que no dependía solo de mí, sino también de
otras partes involucradas. Aprendí a
soltar, a hacerme cargo de lo que podía controlar y dejar ir lo que no. En el proceso gané nuevas amistades que ahora
ocupan ese espacio que tantas veces visité para compartir con Papi y me siento
en paz.
Pensé en
las experiencias trascendentales por la magnitud, como el viaje a Sudáfrica,
que representó la culminación de un sueño que fue interrumpido en varias
ocasiones y que finalmente pude concretar.
Las experiencias fueron extraordinarias –el contacto con especies en su
hábitat natural, la conciencia de que pisaba el suelo que una vez pisó Mandela
en su larga y tortuosa lucha en busca de la libertad personal y colectiva y
conocer gentes que son tan distantes en términos
geográficos, pero que sentí muy cercanos a nuestra esencia. Presenciar la majestuosidad de las cataratas
Victoria fue espectacular. A nivel más
personal, la experiencia de viajar con otra persona resultó mucho más agradable
de lo que pensé, dada mi tendencia a viajar sola. La vivencia le añadió una nueva dimensión a
mi amistad con Isabel, que se fortalece con el tiempo.
Hablando
de amistades, no puedo dejar de dar gracias a Dios/Universo por las
extraordinarias amistades que tengo –las de hace décadas y las más recientes. Con ellas comparto las penas –las de ell@s y
las propias, así como las alegrías –las simples y las más grandes. Algunas enfrentan retos de salud o pérdidas y
quiero servirles de apoyo. Con todas
comparto mis dudas, mis angustias existenciales relacionadas con el inexorable
paso del tiempo, al igual que los grandes y pequeños gozos, casi siempre acompañadas
del vinito que tanto disfruto. Mi amiga
Wilma me regaló un calendario al que pueden desprenderse hojas semanales y me
encanta porque aunque uso el calendario en el celular, tenerlo en la puerta de
la nevera me lo hace más visible. Hoy lo estreno. Fue precisamente ella quien
me invitó a unirme a las clases de acuaeróbicos, lo cual eventualmente me llevó
a tomar las clases de natación.
Nadar era
una asignatura pendiente y tomé la decisión de enfrentar mis miedos. Todavía no puedo decir que nado propiamente,
pero estoy en camino. Como todo, es un
proceso y debo decir que me siento orgullosa de mí misma, que a los 69 años
decidí enfrentarme a este miedo, haciendo a un lado la vocecita que me
desalentaba diciendo que para qué iba a aprender a estas alturas, que no
necesito saber nadar. Y esa vocecita se
mete en mi cabeza cada vez que saco la cara para coger aire y lo que cojo es
agua, cada vez que entro en pánico cuando vamos a la parte honda de la piscina,
agarrados del borde para nadar hacia la parte más llana y que responde con
coraje cada vez que no logro ejecutar los movimientos como se debe.
Esa
vocecita insidiosa es la misma que me repite que ya los años me delatan, que me
instala el miedo a lo tecnológico, la resistencia a los cambios y me pinta un
futuro sin un compañero de vida. Es la
misma vocecita que me instala el miedo al cáncer cada vez que veo una manchita
en alguna parte del cuerpo o un síntoma de esos que me impulsa a buscar en
WebMD qué podría ser esa manchita o esa molestia. Y casi sin atreverme a decirlo, la que
instala el pánico y el temor al Alzheimer cada vez que no encuentro el
teléfono, las llaves o el bolígrafo que hacía unos minutos tenía en las manos.
Me habla cuando voy a un sitio desconocido de esta habilidad suprema que tengo
para perderme y últimamente lo combina con el miedo a manejar de noche por
sitios oscuros, desconocidos o todas las anteriores. Sospecho que tod@s tienen una vocecita
similar. En este nuevo año estaré más consciente de agradecerle que se preocupe
por mí, pero una vez atienda lo que es necesario atender, la mandaré a callar.
Entre las
grandes alegrías cuento los tres -¡Tres!-
encuentros fugaces con Luis Rafael Sánchez, con motivo del homenaje que le
rindiera la Universidad de Puerto Rico, fuente de mi otro enorme
agradecimiento. Gran parte de lo que soy,
después de mis padres, se lo debo a mi amada IUPI. No puedo pensar en uno sin pensar en la otra,
inseparablemente unidos en mi corazón. Me angustia ver la precaria situación de
nuestra –sí, porque pertenece a todos y todas- debido a la incompetencia de la
dichosa Junta y el gobierno de turno para lograr que nuestro primer centro
docente siga ofreciendo una educación de calidad a las futuras generaciones.
No puedo
sustraerme del coraje y la frustración que me provocan las estupideces de los
que se supone sean líderes, pero que en realidad son personajes que persiguen
agendas propias y al pueblo que sufra las consecuencias. Cada vez que se va la luz me entra este
coraje, esta rebeldía, porque es un reflejo palpable de lo mal que nos ha
ido. Y eso es lo de menos. Lo más terrible son las familias que están
aún sin techo tras el paso de María –¡María, María, que fue hace seis años! Y
los trámites que deben hacer los afectados para lograr conseguir una casa –bien
sea para adquirir o alquilar, con un vale que al fin de cuentas no sirve de
nada, como las órdenes de protección para algunas mujeres a las que los
tribunales, la policía y el sistema en general les ha fallado. Y mientras, el gobierno nos atosiga con los
anuncios de “haciendo que las cosas pasen”; añádase el último asqueroso
ejercicio de usar la canción de Tony Croatto: “Yo habito una tierra luz”, justo
ahora que a tantos les hace falta luz en sus hogares y a estos incompetentes en
su alma.
Mi alma
se conmueve con los horrores de la guerra Ruso-Ucraniana y Gaza - Israel. En
esta última, el horror del ataque terrorista inicial ha dado paso al horror de
la respuesta encarnizada de la víctima convertida en victimario. No puedo imaginar la angustia de esa pobre
gente que fue obligada a movilizarse al sur de Gaza, tan sólo para que allí les
persigan los bombardeos. Mientras aquí
nos estremecen petardos, cuartos de dinamita y toda clase de pirotecnia lanzada
al aire, allá son bombas que arrasan edificios, barrios enteros y destruyen las
vidas de quienes celebraban la Navidad anterior en la calidez de sus hogares,
rodeados de sus seres queridos. Hoy no
tiene hogar, no tienen ciudad, no tienen algunos seres queridos y muchos, brazos,
piernas, ni siquiera vida.
La vida
se compone de penas y alegrías. Durante
el año que acaba de concluir he tenido más alegrías que penas. Miro este nuevo año con esperanza: nuestro
pueblo ha ido comprendiendo que hay que buscar una nueva forma de elegir
nuestr@s líderes. He ganado sabiduría
para lidiar con los retos y deshacerme de costumbres que ya no me producen
alegría. Les deseo a tod@s que este año
les sea propicio y tengan, sobre todo, paz.
1 de
enero de 2024