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Este blog tiene el propósito de compartir mis ideas que estoy segura son las de muchos. Escribo sobre lo que me enternece, lo que me intriga, lo que me indigna o lo que me divierte. No me impongo fechas límite -escribo cuando quiero. El lector también puede elegir -hay relatos mas extensos, otros mas cortos. Entre cuando quiera. Vivo orgullosa de quien soy, de donde vengo y hacia donde voy, aunque no sepa como llegar... La imagen que lo acompaña es El Laberinto, de la serie Mandalas de Procesos, de Thalía Cuadrado, psicóloga clínica y artista, que me honra con su amistad. Me pareció apropiado para acompañar este blog sin dirección, porque son muchas las veces que me he sentido en un laberinto. Afortunadamente, siempre salgo…

miércoles, 19 de septiembre de 2018

EL VIENTO EN LA MEMORIA





EL VIENTO EN LA MEMORIA

Un día como hoy hace un año, yo terminaba los preparativos en mi apartamento para salir rumbo a casa de mi prima Socorrito, donde pasaría dos angustiosas  noches resguardada ante lo que sería el embate del huracán María.  Fueron largas horas de incertidumbre ante lo que podía pasar en la casa, pese a que es una construcción sólida y el temor de lo que pudiese encontrar al regreso.  Afortunadamente, no hubo daños mayores.  Distinto fue el caso de miles de puertorriqueños que sufrieron daños significativos en sus casas y muchos que incluso, llegaron a perder eso que les protegía y les acogía en sus penas y alegrías.  Una de las que perdió su casa fue Wanda, quien me entregaba el periódico y se apareció varios días después, sin fallar, a dejarme ese recuento de desgracias que leía con angustia.

Pese a su pérdida, Wanda no se amilanó.  Ese primer día que me dijo que perdió su casa vi en su rostro una expresión de tristeza contenida.  La abracé y lloré un poco, pensando en la crueldad de este destino que se ensaña con aquéllos a quienes la vida les resulta más complicada.  Durante esos días Wanda y yo nos convertimos en amigas y varias veces compartimos el desayuno que yo preparaba en mi estufita de acampar, que nunca ha acampado, pero que me resolvió durante los 41 días que estuve sin luz eléctrica.

Hubo otros puertorriqueños que sufrieron la pérdida de un ser querido.  No conozco a nadie que sufriera esa pérdida, pero en cierto sentido, a un nivel celular, los conozco a través de las lecturas que hacía de los reportajes o al escuchar las historias por la radio.  Fueron muchas las veces que lloré escuchando los reportajes, o en las que debía suspender la lectura para llorar y luego continuar leyendo.  Toda esa gente es -en cierta medida- mi familia, porque los puertorriqueños nos unimos como nunca –los de aquí y los de allá-  para apoyarnos en este duro trance.

Las angustias colectivas se amplificaron gracias al manejo inefectivo, torpe e insensible por parte de los gobiernos local y federal. Al dolor se añadía el coraje de esa actitud empecinada de negar los muertos, que tiene que haberles causado una ira que haría estremecer el cuerpo de los dolientes.  Una ira que debe haberlos llevado a un llanto que va más allá de la angustia para entremezclar lágrimas con un soberano ¡coño! que debe haberles salido de bien adentro.

A un año de la tragedia la vida se va rehaciendo muy lentamente –todavía hay gente viviendo bajo toldos azules.  No me puedo imaginar la sensación de quienes viven en esas circunstancias al tan solo ver un cielo nublado y ni decir de escuchar  una ventolera de esas que se han sentido esporádicamente.  Aún los que no sufrimos mayores daños estamos en un estado que nos lleva a revivir la tragedia cada vez que anuncian que algún sistema salió del África.  En julio se anunció un pequeño sistema y la gente arrasó con el agua embotellada.

Hace unos días estábamos pendientes de la tormenta Isaac y yo miraba los boletines de Ada Monzón con ansiedad.  Tan pronto puso el código de una galleta –el sistema informal que usa para dejar saber en qué etapa de preparativos debemos estar- me puse ansiosa y hasta llegué a sugerir que al menos iniciara con media galleta.  Ver que los niveles de alerta aumentan, hace que aumente mi ansiedad, mi temor de que volvamos a vivir lo que vivimos.  Y no se trata de que no haya luz, ni gasolina, ni de que se complique la vida -se trata de un temor visceral a quedar desamparados, desprovistos de lo que nos da seguridad.

Hace unos meses comencé a perder pelo y me dijeron que podía deberse al estrés.  ¿Cuál estrés?, decía yo, si yo estoy retirada y además, no tengo las preocupaciones que tienen otros.  Hoy descubrí que toda esta situación me afectó más de lo que pensaba. Me encontraba en mi clase de yoga, acostada boca arriba.  La maestra puso una música que en el fondo parecía el sonido del viento.  ¿Qué es eso?, pregunté.  Es el viento, me contestó Anuradha.  Quítalo, por favor, le dije.  Y se me agolparon unas ganas de llorar, como si este año de angustia colectiva se hubiese manifestado en ese lugar de calma, con ese sonido grabado del viento que no quiero oir.

19 de septiembre de 2018

4 comentarios:

  1. Todos tenemos la memoria del viento por eso hay que compartir y limpiar las vivencias para que no se enquisten. Gracias Ana O.

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  2. Gracias por contarnos tu experiencia. Mucho ánimo y fuerza para seguir adelante

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